Aviso a navegantes: el siguiente artículo contiene spoilers
Las obras e
historias sobre mejoramiento humano nos han acompañado durante toda nuestra
existencia, siendo esta representada desde muy diversas perspectivas. Desde
Dédalo e Ícaro añadiendo alas a sus cuerpos (pecando este último de hybris y consiguiendo su propia muerte),
pasando por el monstruo de Frankenstein, donde la creación de un ser conlleva
la muerte de otros y su enorme sufrimiento acababa en suicidio; hasta Un mundo
feliz, donde la raza humana está completamente arrojada a las manos de la ingeniería
genética.
Portada de la primera edición de Un Mundo Feliz. |
Esta mejora de
las capacidades humanas (psicológicas, corporales, emocionales…) por medio de
la tecnología (biotecnología, robótica, inteligencia artificial…) se conoce
como transhumanismo, y una enorme variedad de ideas distópicas sobre el futuro se
le pueden asociar fácilmente. Chips de memoria que nos permitan recordar todo lo
que queramos, vidas eternas (ya sea en nuestros propios cuerpos o descargando
la conciencia en otros soportes) o el almacenaje de células madre para, en el
caso de que suframos algún accidente mortal, recurrir a un clon.
Ahora bien,
¿es posible este desarrollo? Actualmente las prótesis, extensiones artificiales
que suplen alguna parte ausente del cuerpo, no son raras de ver. Los implantes
cocleares que permiten otorgar el sentido del oído a quien no lo tiene,
tampoco. Los controles durante el embarazo para detectar posibles enfermedades
graves en el feto también son ya la norma. Que los humanos usemos la tecnología
para ayudarnos a vivir en este mundo es un continuum en nuestra
historia, y este es uno de los grandes argumentos del transhumanismo para dar
pie a este tipo de curas, de soluciones terapéuticas a diversas problemáticas médicas. Pero los
casos del párrafo anterior no están curando sino mejorando considerablemente
las capacidades humanas; y es esta mejora (y sus consecuencias) la que nutre a
tanta literatura y tanta ciencia ficción en general.
Es muy difícil
establecer una línea divisoria entre qué es una cura y qué es una mejora, más
todavía cuando las concepciones de la sociedad sobre este tema van cambiando
con el tiempo. Algunos ejemplos son claros: ¿Quién no iba a querer, por ejemplo,
dar el don de la vista a una persona ciega de nacimiento? Otros ya no tanto.
¿Está justificada la elección de tener hijos varones si van a nacer en un lugar donde
las mujeres sufren discriminación? ¿Por qué no tener una altura superior a la
media, si es un rasgo inofensivo que se considera atractivo? En cualquier caso,
en estos ejemplos concretos estaríamos hablando de transhumanismo, pero no hay
que perder de vista a su concepto hermano: el poshumanismo, cuando la condición
humana quede superada (cuando consigamos la inmortalidad o tomemos la forma de
ciborgs, por ejemplo).
La magia del
transhumanismo es que la ciencia y la ciencia ficción se entrelazan. Y aunque
como base para dejar volar la imaginación esto es una gran oportunidad, cuando
queremos hablar más seriamente las cosas se complican. Primero, hay que separar
el grano de la paja. Muchas empresas o instituciones dedicadas a estos temas
(apps de citas basadas en la genética como safeM8,
empresas de criónica como CECRYON o
ejércitos con un cuarto de voluntarios robots, como el británico)
hacen grandes promesas para conseguir la atención, la financiación y el apoyo
del público, aunque sus intenciones anden muy alejadas de la realidad material
del momento. También, muchos transhumanistas venden sus planes como
inevitables, como las consecuencias lógicas del presente; aunque no haya nada que los asegure. Y después, con los
restos que nos han quedado tras el cribado, plantearnos si estas propuestas son
deseables.
Fotograma de la película I am mother donde vemos a una madre y su hija
Obras de
ciencia ficción donde escogemos investigar sobre las propuestas tecnológicas
correctas, controlamos todo el proceso y acabamos en un mundo utópico y feliz,
hay realmente pocas. Siempre es más jugoso que un robot diseñado para ayudar a mejorar
la humanidad decida exterminarla y empezar de cero (I am mother), que al
traspasar nuestra conciencia a un soporte ajeno al propio nuestra personalidad
cambie (Trascendence) o que las mejoras genéticas conlleven un enorme empeoramiento
de la diferencia entre clases sociales (Gattaca). Esta cultura popular sobre el
transhumanismo está, por tanto, claramente sesgada, pero también es esta la que
nutre el imaginario colectivo. Separar entre ciencia y ciencia ficción es difícil,
pero necesario si queremos que las distopías sigan permaneciendo en ese plano.