1. La escritura, como la epistemología, es algo
contingente. La escritura es una creación humana, una producción no necesaria
para la cultura; lo que hace que cada una de estas culturas desarrolle una
escritura particular (no universal). Y, al igual que la escritura no tiene por
qué nacer, tampoco tiene por qué seguir desarrollándose. La epistemología puede
así estudiar cómo varía el conocimiento entre las escrituras de diferentes
culturas, por qué surgen y cómo evolucionan.
2. La escritura es una forma de representación del
lenguaje oral, del lenguaje natural. Esta necesita para desarrollarse una
tecnología alfabética y, al igual que el lenguaje natural, no representa al
mundo directamente, sino las representaciones que nosotros nos hacemos de él.
Se percibe pues una clara relación entre cómo es la escritura de una cultura y
el conocimiento que esta tiene del mundo.
3. El conocimiento se gestiona de manera distinta dependiendo
de en qué soporte se presenta la escritura. Desde la arcilla, el papiro, el
papel y la pantalla, los temas sobre los que se escribía y la cantidad de
producciones han variado infinitamente. Se habla de que la digitalización de la
escritura ha influido más a la epistemología que hasta incluso la creación de
la imprenta, ya que ha desarrollado un nuevo tipo de conocimiento transpersonal,
creando una memoria universal y externalizada.
Los sistemas de valores
que una cultura establece dependen de la codificación mental del mundo que esta
se ha construido: qué conoce, cómo conoce y qué no conoce. Dicho con otras
palabras, los valores epistémicos del conocimiento de esa cultura desarrollan
unos ciertos correlatos axiológicos. De esta manera llegamos al concepto de responsabilidad
epistémica, con el que se hace referencia a esta relación epistémica-moral
que interrelaciona a la cultura, al sujeto y a sus creencias. Cuando la
cultura es capaz de estudiar estas formas de conocer suya, se hace responsable
de ellas, podemos hablar entonces de virtud epistémica.
Dentro de estos valores
epistémicos podemos hablar de la verdad, del compromiso semántico, de la
testabilidad intersubjetiva y de la coherencia interna y externa. Voy a resaltar uno en concreto, el compromiso semántico. Entre sus correlatos axiológicos están el
favorecer la discusión política-social, dificultar la demagogia y la
manipulación por ambigüedad conceptual. Y me ha venido a la mente un caso
paradigmático de falta de compromiso semántico: las frases de Rajoy durante su
mandato, aunque también están relacionadas con la falta de coherencia interna. No
permiten establecer un diálogo, no favorecen la traducibilidad ni la comunicación, independientemente de que se digan consciente o inconscientemente.
Durante el siglo XVI, la
formación y consolidación del conocimiento a escala global no se debió
únicamente a los intercambios neutros entre culturas, o a sus puntos de
conexión. Las formas en las que los flujos de conocimiento recorrían el mundo
son claves para entender cómo ha sido el proceso de globalización, iniciado a
partir de los viajes protagonizados por castellanos y portugueses.
José Pardo Tomás, en su
conferencia “Centro y
corazón desta gran bola. Globalización y circulación desde México (1520-1620)”
explica cómo las relaciones comerciales y culturales de España y China
(mayoritariamente, aunque no eran las únicas) con México, hicieron a este país
volverse, como dice el título de su conferencia, el centro del mundo
globalizado. El conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, cuyo fruto
fue un galeón que anualmente recorría la ruta Manila-Acapulco, fue lo que
permitió conectar alrededor de doscientos cincuenta años México, China y Japón;
transformando así la economía desde un nivel global.
Los puntos de contacto
entre América Latina y Europa contarán, como explicaré unos párrafos más
adelante, con una gran violencia y un poder que se ejercía desigualmente, pero
lo cierto es que la circulación del saber transpacífica entre Asia y América, como
apunta Ryan Crewe en Connecting the Indies: the Hispano-Asian Pacific World
in Early Modern Global History, tenía un poder deseuropeizador poco
estudiado (desde Mesoamérica hacia Europa solo permitíamos la entrada sin
alterar del arte o la cocina, por ejemplo, de saberes sin mucha capacidad de
alteración del orden; pero ciencia, política o filosofía era ya otra cuestión).
Crewe propone que el peso
que se le otorga a América Latina y a México en concreto en la historia global
sea mayor, ya que la circulación de saberes que se realizaba con Asia entre los
siglos XVI y XVII no se ha tenido tan en cuenta como se debería. Estos pueden
ayudar a deseuropeizar la narrativa histórica desde tres niveles. Primero,
económicamente; por ejemplo, con los flujos de plata hacia China que no pasaban
previamente por las arcas reales. Segundo, geopolíticamente, ya que México se
presentaba así como universalista mientras que Europa ignoraba estas
relaciones. Y tercero, culturalmente, ya que el conocimiento mesoaméricano no se
valía de una traducción europea para así llegar a Asia.
Como
ejemplos de la circulación de los saberes, José Pardo Tomás primeramente expone
más en detalle el caso de la medicina, cómo esta fue usada para convertir
masivamente los indígenas mesoamericanos al cristianismo. Curando enfermedades
mediante el sangrado y el bautismo se trabajaba en un doble plano: en los
cuerpos y en las almas. Si en este caso los saberes médicos galeno-europeos
viajaron hasta América Latina, con el campo de los sucedáneos ocurrió distinto.
Las plantas mesoamericanas (con sus usos médicos, entre otros) fueron tratadas
como sustitutas de las europeas. Es decir, como no se puede acceder a
medicinas europeas, se emplean las autóctonas, pero despojadas de sus contextos
culturales originarios. Por último, profundiza en las llamadas historias
naturales, las cuales podían ser instigadas por la corona, propias de las zonas
coloniales o debidas a las órdenes religiosas. El poder real quería que las
historias naturales no surgidas a raíz de la corona se limitasen, mientras que
a la vez nacían, en forma de textos o de dibujos, gracias a los cronistas
mestizos, historias con saberes sobre las plantas, el aire, la historia o la
naturaleza; a modo de resistencia.
Estos son algunos
ejemplos con los que Pardo Tomás y sus compañeros trataron de repensar la
geopolítica del siglo XVI a través de la cultura médica nuevohispana, la cual
se constituyó a través de complejos circuitos de circulación de los saberes y
no solo por influencias académicas o por flujos espontáneos u horizontales.
La
esencia, en filosofía, se define, en el caso de apoyar el concepto, como
aquello que precede a la existencia: es la cualidad que hace a algo ser como
es, o que tienda hacia eso. ¿Podemos entonces ver una relación entre la
epistemología histórica y el esencialismo?
Primeramente,
el carácter contingente del conocimiento nos da una pista. De hecho, no es solo
que la epistemología tenga historia, sino que ella es en sí misma histórica: no
empezamos a conocer (ni a conocer cómo conocemos o a qué prejuicios nos
enfrentamos) de cero, sino que lo hacemos a partir de bagajes
histórico-culturales que nos condicionan. No es que la historia le afecte, es
que cambia a lo largo de la historia. El conocimiento no es pues algo estable, por lo
que no se cuenta con un método único e invariable en el tiempo que permita
estudiarlo; le influyen factores económicos, sociales, ideológicos…, hasta
psicológicos. ¿Nos estaremos acercando entonces,
después de esta negación del esencialismo, a una epistemología relativista? No:
es cierto que no hay verdades eternas en cuanto a la epistemología histórica,
pero eso no quiere decir que no haya ciertas verdades. Rorty apuntó que un
método para superar esto podría ser cambiar la idea de verdad por la de justificación,
ya que la justificación se hace en base a acuerdos históricos y culturales,
apoyados en el contexto.
La epistemología histórica depende entonces del
conocimiento de cada cultura (con sus correspondientes tradiciones) y de la
capacidad cognitiva, por lo que es imposible que sea esencialista: no hay
ninguna normatividad eterna o universal que la guíe.
Eugenesia, hijos de diseño, prótesis
tecnológicas, medicalización, manipulación genética, clonación… todo esto son
conceptos conocidos por la mayoría de la gente, aunque sea en menor medida. Ahora
bien, este poco conocimiento popular sobre estos temas no suele dar demasiada
confianza, asusta y atrae a partes iguales. En 2007, Michael Sandel, filósofo
político, publicó Contra la perfección: la ética en la era de la
ingeniería genética, una pequeña obra donde, con un tono y unas
palabras comprensibles para todos los públicos, nos habla sobre todas estas
problemáticas que entrelazan la ética, la ingeniería genética y el
transhumanismo.
El libro está orientado hacia esa
aspiración de perfeccionamiento que parece que recorre la historia de la
humanidad. Solo tiene cinco capítulos, si quitamos los agradecimientos y el
epílogo. En el primero nos habla sobre qué hay detrás de esta ética del
perfeccionamiento, sobre cómo la ingeniería genética puede mejorar nuestro
cuerpo, la memoria, la altura y las implicaciones de poder elegir el sexo. ¿Son
libres las elecciones sobre nuestro cuerpo si habitamos un mundo con unos
estándares tan claros sobre lo que es deseable y lo que no? En el segundo se
explica la relación móvil entre el perfeccionamiento y el logro, enfocándose en
el mundo del deporte. El dopaje o la mejora tecnológica del cuerpo con prótesis
biónicas no tendría en cuenta esa cultura del esfuerzo en la que vivimos, por
lo que sentimos hacia eso cierto rechazo cultural. Pero ¿cuál es la diferencia
entre el dopaje, la dieta, los entrenamientos con bajos niveles de oxígeno, las
transfusiones de sangre, el tener más dinero para acceder a un mejor
equipamiento…? Las versiones tecnológicamente optimizadas van cambiando las
viejas reglas del deporte. El tercer capítulo articula nuestra incomodidad
hacia los llamados “hijos de diseño”. ¿Es querer controlar tantos parámetros
sobre los hijos una muestra de hybris parental? ¿Es ético tener la
opción de que tus hijos no desarrollen ciertas enfermedades, y aun así negarse
a optimizarlos? Si mejoramos la salud, la vieja distinción clave para el
transhumanismo entre curar y mejorar se desdibuja. ¿Estamos dando por hecho que
teniendo hijos más guapos, más altos, más rubios y más listos serán más
felices? O quizás estamos dejando ese plano vital de lado. El cuarto capítulo
trata sobre la eugenesia, haciendo primero un repaso histórico desde el
nacimiento de esta teoría. Sandel nos cuenta los ejemplos actuales y
silenciados de eugenesia, mujeres de clases bajas o discapacitadas a las que se
les ofrecen una serie de ventajas económicas a cambio de someterse a una
esterilización. ¿Cuál es el propósito de la eugenesia actual, mejorar el plasma
germinal de la humanidad o sacar dinero a consumidores que siguen los flujos de
las exigencias y modas socioculturales?Además, ¿es configurar los hijos violar su autonomía, al no despojarles
de la capacidad de ser los responsables de ellos mismos? El último capítulo
habla sobre el concepto del “don”, sobre si estos desarrollos tecnológicos
están alterando nuestras capacidades morales. Estamos cambiando nuestra naturaleza
para encajar en un mundo que nosotros mismos hemos creado, en vez de adaptar el
mundo a nosotros.
El libro se enmarca en las problemáticas
éticas contemporáneas, aunque todavía moviéndose entre el presente y la ciencia
ficción. Esto nos lleva a preguntarnos si entonces merece la pena hacernos ya
todas estas preguntas. Por un lado, quizás estamos teorizando sobre algo que
nunca llegará a ocurrir; igual descubrimos que hay cuestiones técnicas
insalvables, por lo que estas dudas no habrán sido más que una pérdida de
tiempo. Por otro lado, si este tipo de tecnologías llegan, quizás lo hagan de
forma muy diferente a como nos las imaginamos ahora, por lo que habrá que hacer
una revisión de todas las conclusiones previas. En cualquier caso, la filosofía
ética suele ir a rebufo de los desarrollos tecnológicos: en su momento no imaginamos
que de las redes sociales se podrían robar datos personales de manera masiva o
que podrían afectar negativamente a nuestra autoestima, que las pantallas de
los ordenadores nos podrían producir problemas de visión o que usarlos en mala
postura podría derivar en daños cervicales, entre muchas otras cosas.
Que la ética se adelante al presente
tecnológico, que vaya inspeccionando nuevas zonas de apertura científica, me
parece una buena inversión de tiempo y recursos. Creo sinceramente que una
ciencia y una tecnología sin una ética detrás no merecen la pena: si el propósito
de estas es ayudar a la humanidad, hacernos la vida más sencilla y más vivible,
el análisis ético debe ser un pilar fundamental en nuestras sociedades. Esta
obra en concreto, aunque yo sí la considero extremadamente interesante respecto
al tema de la ingeniería genética y la mejora humana, no se ha convertido en
representativa de este campo, ni su lectura es fundamental. No hace un repaso
exhaustivo por todos los frentes abiertos de la ingeniería genética, sino que
va tocando un poquito de los más candentes, para poder proporcionar al lector
una visión general.
Aunque Michael Sandel hable sobre todo
refiriéndose a la ingeniería genética, lo cierto es que esta modificación
humana, este afán de perfeccionamiento, puede enmarcarse dentro de la corriente
transhumanista, la cual defiende que el siguiente paso en la evolución humana no
será biológico sino tecnológico. Por poner una pega, quizás el transhumanismo
está más enfocado al futuro, hacia la consecución de esa raza de poshumanos,
mientras que esta futura (pero más cercana) era de la ingeniería genética tiende
más hacia una especie de eugenesia liberal, en el mismo sentido en el que Peter
Singer hablaba del Supermercado
Genético. El fin del libro, lo que parece ser un tema importante para el
autor, retrata su perspectiva sobre qué perderíamos si alcanzamos esa era de la
ingeniería genética: los humanos (y los animales) aceptamos a nuestra
descendencia como un regalo. Podemos dar amor sin esperar nada a cambio,
aceptando a la persona tal como es. Además, se entiende que las características
personales se deben, en parte, a que la genética es una lotería: nadie tiene la
culpa de ser miope, infértil o tener TOC. Por esto, porque la sociedad no se
compone de individuos igualitarios ni que parten del mismo punto, nos ayudamos
los unos a los otros, como un conjunto. El liberalismo genético no solo
supondría, a mi parecer, una mayor discriminación económica, sino cargas
morales difíciles de soportar: la sociedad te podría recriminar laaceptación
de tus defectos, permitir la no-mejora podría verse como un lastre para
el conjunto de individuos. En cualquier caso, todavía estamos lejos de esto. Quizás
lo más parecido fue el médico
chino condenado a tres años de cárcel cuyo negocio consistía en la
modificación genética de embriones.
A nivel personal y como conclusión,
expondré brevemente mis percepciones, algunas de las cuales son compartidas con
el autor. En primer lugar, un mayor desarrollo tecnológico no supone un mayor
desarrollo moral. Aunque la ética y la búsqueda de la felicidad son
absolutamente independientes (uno puede hacer lo que considere correcto y que
esto le perjudique, por lo que no le proporcionará felicidad; o también puede que
esa satisfacción moral de haber permanecido fiel a sus principios le acabe transmitiendo
felicidad), peco de ser algo eudemonista. Es ciertamente difícil comparar el
nivel de felicidad actual de la población con el del pasado, o el nivel de
desarrollo moral (criterios cambiantes, parámetros subjetivos, estudios a escala
masiva…), pero construir una civilización cuyos ritmos de trabajo, exigencias
estéticas, logros, inversión de tiempo…, nos generan tanto estrés y sufrimiento
psicológico, no parece sano. La vida debe ser otra cosa. ¿Por qué no adecuamos
el mundo a nosotros, en vez de modificarnos biotecnológicamente para llegar a
sus exigencias? En definitiva, esta obra es una encrucijada. Ciencia,
tecnología, ética, derecho, política, religión… un cúmulo de disciplinas, cada
una con sus múltiples perspectivas, van a ser partícipes de los turbulentos debates
de los próximos años.
Aviso a navegantes:
el siguiente artículo contiene spoilers
Las obras e
historias sobre mejoramiento humano nos han acompañado durante toda nuestra
existencia, siendo esta representada desde muy diversas perspectivas. Desde
Dédalo e Ícaro añadiendo alas a sus cuerpos (pecando este último de hybris y consiguiendo su propia muerte),
pasando por el monstruo de Frankenstein, donde la creación de un ser conlleva
la muerte de otros y su enorme sufrimiento acababa en suicidio; hasta Un mundo
feliz, donde la raza humana está completamente arrojada a las manos de la ingeniería
genética.
Portada de la primera edición de Un Mundo Feliz.
Esta mejora de
las capacidades humanas (psicológicas, corporales, emocionales…) por medio de
la tecnología (biotecnología, robótica, inteligencia artificial…) se conoce
como transhumanismo, y una enorme variedad de ideas distópicas sobre el futuro se
le pueden asociar fácilmente. Chips de memoria que nos permitan recordar todo lo
que queramos, vidas eternas (ya sea en nuestros propios cuerpos o descargando
la conciencia en otros soportes) o el almacenaje de células madre para, en el
caso de que suframos algún accidente mortal, recurrir a un clon.
Ahora bien,
¿es posible este desarrollo? Actualmente las prótesis, extensiones artificiales
que suplen alguna parte ausente del cuerpo, no son raras de ver. Los implantes
cocleares que permiten otorgar el sentido del oído a quien no lo tiene,
tampoco. Los controles durante el embarazo para detectar posibles enfermedades
graves en el feto también son ya la norma. Que los humanos usemos la tecnología
para ayudarnos a vivir en este mundo es un continuum en nuestra
historia, y este es uno de los grandes argumentos del transhumanismo para dar
pie a este tipo de curas, de soluciones terapéuticas a diversas problemáticas médicas. Pero los
casos del párrafo anterior no están curando sino mejorando considerablemente
las capacidades humanas; y es esta mejora (y sus consecuencias) la que nutre a
tanta literatura y tanta ciencia ficción en general.
Es muy difícil
establecer una línea divisoria entre qué es una cura y qué es una mejora, más
todavía cuando las concepciones de la sociedad sobre este tema van cambiando
con el tiempo. Algunos ejemplos son claros: ¿Quién no iba a querer, por ejemplo,
dar el don de la vista a una persona ciega de nacimiento? Otros ya no tanto.
¿Está justificada la elección de tener hijos varones si van a nacer en un lugar donde
las mujeres sufren discriminación? ¿Por qué no tener una altura superior a la
media, si es un rasgo inofensivo que se considera atractivo? En cualquier caso,
en estos ejemplos concretos estaríamos hablando de transhumanismo, pero no hay
que perder de vista a su concepto hermano: el poshumanismo, cuando la condición
humana quede superada (cuando consigamos la inmortalidad o tomemos la forma de
ciborgs, por ejemplo).
La magia del
transhumanismo es que la ciencia y la ciencia ficción se entrelazan. Y aunque
como base para dejar volar la imaginación esto es una gran oportunidad, cuando
queremos hablar más seriamente las cosas se complican. Primero, hay que separar
el grano de la paja. Muchas empresas o instituciones dedicadas a estos temas
(apps de citas basadas en la genética como safeM8,
empresas de criónica como CECRYON o
ejércitos con un cuarto de voluntarios robots, como el británico)
hacen grandes promesas para conseguir la atención, la financiación y el apoyo
del público, aunque sus intenciones anden muy alejadas de la realidad material
del momento. También, muchos transhumanistas venden sus planes como
inevitables, como las consecuencias lógicas del presente; aunque no haya nada que los asegure. Y después, con los
restos que nos han quedado tras el cribado, plantearnos si estas propuestas son
deseables.
Fotograma de la película I am mother donde vemos a una madre y su hija
Obras de
ciencia ficción donde escogemos investigar sobre las propuestas tecnológicas
correctas, controlamos todo el proceso y acabamos en un mundo utópico y feliz,
hay realmente pocas. Siempre es más jugoso que un robot diseñado para ayudar a mejorar
la humanidad decida exterminarla y empezar de cero (I am mother), que al
traspasar nuestra conciencia a un soporte ajeno al propio nuestra personalidad
cambie (Trascendence) o que las mejoras genéticas conlleven un enorme empeoramiento
de la diferencia entre clases sociales (Gattaca). Esta cultura popular sobre el
transhumanismo está, por tanto, claramente sesgada, pero también es esta la que
nutre el imaginario colectivo. Separar entre ciencia y ciencia ficción es difícil,
pero necesario si queremos que las distopías sigan permaneciendo en ese plano.
Lo
que dentro de nuestro imaginario colectivo calificamos como arte tradicional o
arte clásico, por su manera de ser representado y a la vez por lo que
representa, es fácil de asimilar a un sistema comunicativo, fácil de entender y
de comunicar. Durante el Renacimiento el arte y su comprensión se complicaron:
se necesitaban referencias extra, más conocimientos, en teoría, externos al
mundo del arte (filosofía, política, literatura…)para poder captarlo en su totalidad. El arte
representaba algo y para entender ese arte había también que conocer ese
algo.
Este
esfuerzo por comprender que debe realizar el público es sin duda una de las
características del arte contemporáneo, ya que, de todas sus propiedades,
la que más propia su significado, no tanto su apariencia (y no hay
una relación evidente entre ambos).
Es
comprensible pensar en el arte como un tipo de lenguaje, ya que su propia
expresión nos comunica algo. Sin ir más lejos, la poesía es muy similar a la
comunicación verbal. Ahora bien, “arte” es una categoría muy amplia, donde cada
campo presenta rasgos propios. Y, cada obra puede ser interpretada de maneras
distintas para diferentes personas, de maneras incluso opuestas. Mientras que
en la ciencia el lenguaje trata de representar La Verdad, o La Realidad, el
lenguaje del arte reconoce y busca otras cualidades como la belleza o la
subversión, por ejemplo, aceptando que en la comprensión del significado de la obra
influirán el contexto, las vivencias personales, la localización… Por todo
esto, el arte no es primariamente comunicativo; pero podemos decir que sí es
significativo. Su tipo de comunicación y su lenguaje es mucho más amplio que el
de cualquier otra disciplina.
2-. La música como sistema
de comunicación.
Los tipos de música y su consiguiente
interpretación están inscritos dentro de determinados contextos sociales,
culturales, históricos, de clase… y aun así, su aspiración es universal. En
todas las partes del mundo se crea música con el fin de expresar algo y se
disfruta, parece que es algo que va codificado en nuestros genes. Hasta en nuestros
días podemos hablar de esta tendencia a la universalidad, aun cuando se crea música
con intenciones únicamente mercantiles, como un sistema de negocio más; porque otra
música con otros fines se sigue creando.
Aunque previamente hayamos dicho que la música no
es primariamente comunicativa, esto no quita que pueda tener un lenguaje propio,
autores como Schopenhauer ya la definían así. Recordemos que lenguajes hay de
muchos tipos, no solo este mediante el que yo escribo y tú lees mis palabras:
lenguajes de signos, el lenguaje químico de las feromonas, los cantos de las
cigarras… El lenguaje es una manera de expresarse, aunque la música sea mucho
más abstracta que otros lenguajes que nos pueden venir a la cabeza. Podemos entender
lo que un artista puede querer transmitirnos con su pieza, claro que esto siempre
estará dentro de unos márgenes y dependiendo de cual era su intención.
Recorte de una infografía sobre lenguaje canino
3-. Comunicar el arte.
Los museos son el lugar paradigmático donde se guarda y
protege el arte. Cuando entramos a uno, lo hacemos con la intención de
contemplar arte. Ahora bien, ¿por qué tienen la categoría de arte las obras
acumuladas dentro del museos? O, más bien, ¿quién ha decidido que eso es arte?
Con todas las interpretaciones distintas que pueden surgir a partir de la misma
obra, ¿cómo puede existir ese acuerdo? Para George Dickie y su teoría
institucional del arte, arte es lo que los expertos (galerías, críticos,
coleccionistas, fundaciones…) digan. Pero,
aunque parece obvio que debe de existir una relación entre el arte y lo
institucional que aporte características a la definición del arte, no parece
ser la única característica que lo determine.
Por una parte, el arte tiene la capacidad de comunicarse.
Por ejemplo, la pintura expresa unos sentimientos u otros gracias a los
colores, la música mediante los sonidos, la arquitectura mediante los volúmenes… Ahora,
con la emancipación del arte contemporáneo, cada vez fueron más necesarias las
palabras del artista o de un experto para orientar al público en su
comprensión. Pero no solo es necesaria
la comunicación para entender el arte sino también para hacerlo llegar a más
personas. Es decir, que desde el arte debe emerger un mensaje artístico y otro
informativo/comercial, sobre todo si entendemos que el arte sin receptor no
puede darse; que el público es lo que da la etiqueta de arte a una obra.
Las pequeñas descripciones al lado de las obras en los museos nos ayudan a entender sus significados. Esto en concreto es una captura del recorrido virtual por el Museo de Arte Indígena de Cuernavaca, México, que puede hacerse mediante el Street View de Google.
4-. ¿Puede el arte no comunicar nada?
Solo puede entender plenamente el mensaje de una obra
de arte la o el artista que la ha creado, quien conoce todo el universo
simbólico alrededor de la creación. Hasta que la obra llega al público para ser
interpretada, el contexto puede alterar sus posibles interpretaciones, hacer
emerger unas u otras sensaciones. No hay unas pautas fijas que nos orienten
sobre qué características del arte nos van a hacer interpretarlo de una forma u
otra. Una vuelta de tuerca se daría si el receptor intentase analizar qué le
lleva a interpretar la obra de la manera que lo hace; lo que se traduce en que
la obra ayudaría al público a entenderse a sí mismo, no (o no tanto) a entender
la obra.
Comprender el arte contemporáneo nos cuesta un esfuerzo,
ya no se reduce a la mera contemplación. Desde las vanguardias, el arte tiende
a romper con esa aura de elitismo y que le habíamos otorgado. Ahora, cualquier
cosa puede ser una obra de arte. ¿Hace esto a las obras de arte más fácilmente
comprensibles para el público general? Aunque no necesariamente, lo que sí es cierto es que así el arte se acerca a las
personas en su cotidianeidad, lo que, al tenerlo más cerca, da más
oportunidades para hacer surgir la experiencia estética.
Algunas corrientes han tratado de crear un arte que no
comunique nada, que no sea creativo o que no tenga ninguna función. A nivel
personal creo que esto es imposible, que va en contra de la psicología humana. Primero,
porque cualquier objeto, imagen mental, sensación…, nos transmite algo, por
ahora no somos cyborgs que podamos desprogramarnos para no ser
afectados. Pero también porque si lo que define al arte es su capacidad de
producir la experiencia estética, si le quitamos esto, deja de ser arte.
Las dos manifestaciones artísticas que voy a comparar se dieron casi
seguidas. Estimo que fue hace alrededor de cinco años; quizás un año más. Iba a
venir a mi ciudad una cantautora llamada La Otra, a quien yo seguía, junto
a un poeta. No recuerdo el nombre del chico, tampoco le conocía de antes, pero
me animé a ir a verles.
Para ayudar a imaginar la situación, el concierto y el recital iban a
ser en un local de izquierdas y LGTB. En concreto, en la sala de abajo, que es
un espacio pequeñito con un humilde escenario, sillas plegables y luz tenue. Es
decir, yo iba a estar cómoda: era un ambiente con gente, dentro de lo que cabe,
afín; además de que la baja luz hacía que no tuviera que estar pendiente de que
las personas me mirasen. Más contexto: tengo TOC, trastorno obsesivo
compulsivo, diagnosticado desde hace unos cuantos años. Por aquel entonces no
me medicaba y mi cerebro a veces era (y es) un caos: nunca estoy relajada,
nunca estoy suelta en ninguna situación, pienso millones de cosas a la
vez y ninguna buena. Llegar tarde, con amigas y sin luz era el escenario
perfecto para no tener que interactuar socialmente demasiado. Esto lo cuento
para ayudar a entender el estado mental con el que iba a sumergirme en un
recital y en un concierto.
El lugar no era un museo ni un teatro ni un conservatorio; había estado
en ese mismo sitio de fiesta y borracha unas cuantas veces. No había personal
experto en arte ni reseñas que me guiasen en la interpretación. Era un
concierto de una cantautora que hablaba de política y de feminismo, no algo tópicamente
artístico.
La Otra
Sinceramente, recuerdo poco del chico y su poesía. Digamos que no me
gusta la poesía. No sé si decir que no me gusta es demasiado fuerte, pero no
siento nada. Recitada, la atención se me va a la entonación y las pausas;
muchas veces me parece sobreactuación. Como si todos los poetas y poetisas se
forzasen a leer de misma manera. No digo que sea así siempre, obviamente, solo
que me despista. Y leída, parecido. Siento que los esfuerzos por la métrica o
por las rimas, o porque quede bonito, me hacen gastar demasiada energía en
centrarme en el mensaje (¿Y por qué en la música no me pasa esto? Pues no lo sé).
Sospecho que soy un poco platónica en este aspecto.
Esta vez no fue la excepción. No me desagradó y los temas de sus poemas
me eran cercanos; incluso si volviera a toparme con otro de sus recitales,
podría repetir. Pero ya está. Comparándome con el resto del público, yo estaba
afuera. Ahora pienso en lo curioso que es que el arte tenga la capacidad de dar
experiencias estéticas, pero que no las de per se. Que depende de la
persona, del contexto, del autor o autora, del tipo de obra… Y me vienen muchas
preguntas. ¿El arte incapaz de producir experiencias estéticas es arte? ¿Es el
arte más una situación que un producto?
Cuando acabó de leer, arrancó hojas donde tenía escrito sus poemas, y
los repartió entre algunas personas afortunadas del público. Como yo fui una de
ellas, aquí adjunto la prueba. Me sentí un poco mal al pensar que quizás a otra
persona le serviría más llevarse un recuerdo de ese día, pero lo doblé y me lo
metí al bolsillo.
Después de un pequeño descanso, salió La Otra. En su momento me gustaban
muchas de sus canciones, pero voy a centrarme en una llamada Aunque. Sus
primeros párrafos dicen así:
Aunque tú ya no estés,
Seguirá amaneciendo.
Aunque tú ya no estés,
Volveré a sonreír.
Aunque te hayas marchado,
Soplarán nuevos vientos.
Aunque te eche de menos,
Brillará el porvenir.
Aunque no salió bien,
Volveré a enamorarme.
Aunque hoy nos desalojen,
Volveremos a okupar.
Y el estribillo:
Seguirá en pie la lucha,
Mantendré la alegría
Y tras cada caída volveré a levantar,
Y aunque a veces me cueste,
Cada vez que tropiece.
Cada vez que me pierda buscaré una vez más,
Buscaré una vez más.
Hacía unos meses que me dejó mi primera pareja. Era una relación horrible por su culpa, ahora no me da ninguna vergüenza decirlo. Sin
entrar demasiado en detalles, tras la el final de la relación vino música
triste, helados, series y películas románticas, lloros. En fin, una ruptura de
amor romántico en toda regla.Entonces descubrí a esta chica. De verdad que creo que
ella me salvó, con esa canción lloraba de una forma distinta. Lloraba bien.
Cuando estamos tristes es normal que nos apetezca música triste porque queremos
sentir más; a veces estar triste es inevitable y necesario. Pero, joder, ya
estaba bien.
El día del concierto, esa canción fue tan especial para
mí. Si con el anterior chico yo pensaba en lo afuera que estaba de la
situación, aquí no pensaba, solo sentía algo bonito. Cuando se me cayó alguna
lágrima, mi conciencia tuvo que venir a recordarme que podría haber gente
conocida mirándome, y como no quería dar ninguna explicación tenía que
limpiarme rápido. Claramente había un vínculo artístico entre la cantante/guitarrista,
su canción y yo, aunque ella no supiera de mi existencia. Y creo que esta emoción
es lo que caracteriza el arte, que en mi caso fue un sentimiento de esperanza.
Pero un sentimiento que fue capaz de moldear todo mi ser hacia el futuro, tanto
pensamientos, como sentimientos y como actos.
Al acabar el concierto fui a hablar con la artista (ventajas
de que tuviera lugar en un espacio tan recogido). En cinco minutos le conté
todo lo que me había ayudado sin saberlo, y cómo pude identificarme tanto con
una canción. Y, ya que tenía la hoja con la poesía, le pedí un autógrafo. Quería
acordarme no solo de ella y de el momento, sino también de la sensación.
Solo he empleado un par de carillas en describir ambas
manifestaciones artísticas, y aun así siento que me daría para dar a luz un par
de tesis sobre mis emociones a raíz del arte. En definitiva, mis conclusiones
son varias.
Primero, que el arte es contextual. Supongo que esto
quería decir Duchamp con el inodoro al sacarlo del baño y colocarlo en un museo,
pero yo no me refiero exactamente a eso. Más bien a que la capacidad de una
obra artística para tocarnos depende de la historia, del contexto, de la
persona. Una misma obra puede interpretarse y aprehenderse de maneras dispares
para distintas personas, o incluso para la misma persona en diferentes momentos
de su vida.
Y segundo, experiencia estética y producción artística
no van de la mano. Yo no entré a ese concierto predispuesta para sentir el
arte, o al menos no lo hice conscientemente. Y da igual que al arte lo definan
como arte o no, independientemente de eso tendrá el potencial de sentirse como
arte (aunque no para todo el mundo). Aquí, otra vez me siento algo, solo algo, platónica; apreciando
la belleza estética y ligándola al bien, pero desligándola, a veces, del arte.
Por estos motivos, me inclino a pensar que el arte debe tener más que ver con
emociones que con su materialidad.
Para poner punto final a estos párrafos, diré que esa
ruptura ya está bien superada, y que con mis siguientes parejas tuve rupturas
amables. Hacía mucho que no escuchaba a La Otra, y ha sido bonito recordarla.
Aunque ahora que han pasado años no he sentido lo mismo, los sentimientos
positivos siguen ahí.
Primero: ¿Los agujeros negros no emiten radiación? Teniendo en cuenta la radiación de Hawking, la cuestión sería elegir si el horizonte de sucesos cuenta como interior o exterior del agujero. En cualquier caso, al producir esta radiación que los agujeros negros vayan perdiendo masa, afirmaré que esta primera parte no es correcta, y que sí emiten radiación.
Segundo: ¿Se llaman negros porque no emiten radiación? Esto ya sería falso debido a lo explicado anteriormente de que sí que la emiten; pero, en cualquier caso, se llaman negros porque absorben todo lo que entra en su campo gravitacional, hasta los fotones, no porque no los emitan.
Partiendo de estas dos ideas concluyo que el enunciado es falso.
El colapso de la función de
onda en física cuántica no es un fenómeno físico sino filosófico.
Que la filosofía tenga un
concepto para algo no quita que la física pueda tenerlo también, y que cada
disciplina lo describa con sus propias herramientas e interpretaciones (por
ejemplo, los agujeros negros eran ideas teóricas hasta que se demostró su
existencia). Solo con esta idea, estaría en contra del enunciado. Pero supongo
que la cuestión se refiere a si el colapso de la función de onda es algo real,
material; si tiene cabida la interpretación realista de la física cuántica o
no.
La interpretación de
Copenhague, la concepción clásica sobre cómo funciona la física cuántica, es
profundamente antirrealista. ¿Cómo hablar de realidad cuando solo puedes
conocer partes aisladas y en determinados momentos (en el colapso de la
función)? Siguiendo esta línea, se podría argumentar que se usan conceptos
filosóficos para ayudarnos en la investigación. Por otro lado, teorías como la
de las variables ocultas de Einstein, nos situarían en el otro extremo, donde
existe una realidad anterior a la medición que podría ser descrita, solo que
todavía no sabemos cómo.
La Wi-Fi impide conciliar el sueño, ¿cuándo es correcto?
Los estudios sobre la influencia de las ondas wifi en los
humanos demuestran una y otra vez que estas no son capaces de influir en
nuestro cuerpo (ni mente, aunque haya gente que afirme padecer hipersensibilidad
electromagnética), no es ionizante. Es más, las ondas de
radio o el mando de la televisión emiten una radiación más alta, y todavía así
se encuentran muy, muy, por debajo del límite
legal.
Tenemos que pensar pues que lo que hace correcta la frase no es
el propio wifi, sino algo derivado de él. Se podría argumentar que tener este
acceso a internet nos hace estar pendientes del móvil, tablet o portátil entre
otros, hasta que nos dormimos. Esto sí se ha demostrado que interfiere con el
sueño debido a la luz azul (cualquier luz lo haría, pero la azul más), ya que altera
los ciclos de la hormona melatonina,
encargada del control del sueño.
Otra causa más enrevesada: que nos preocupen estas ondas wifi
porque todavía no sepamos que no pueden afectarnos, por lo que, desde un plano
psicológico, nos fastidien el sueño. Y, en tono de humor, el wifi permite que
sigamos recibiendo notificaciones en el móvil a cualquier hora -lo que sería un
problema si no lo hemos puesto en silencio.
Todos los cristales
tienen una estructura atómica o molecular periódica, que presenta un orden
tanto a corto como a largo alcance. Por ello los cristales presentan un patrón
de difracción de rayos X definido, que sería imposible sin esa estructura
periódica. ¿Por qué es falso?
La primera frase, “todos
los cristales… a largo alcance”, ya es falsa. En 1982 Shechtman descubrió los
cuasicristales, clasificados también posteriormente como cristales por la Unión
Internacional Cristalográfica aunque estos tuviesen una estructura aperiódica
(que no se puede formar repitiendo celdas de unidad).
Patrón de difracción de un cuasicristal. Fuente: Wikipedia.
La segunda, “Por
ello… estructura periódica”, también lo es. Cuando se aceptaron los cuasicristales
como cristales, la definición de este último cambió. Desde entonces, un cristal
no necesita mostrar simetría, tener una estructura periódica, para tener un
patrón de difracción válido. Un cristal es cualquier sólido que posea un
diagrama de difracción esencialmente discreto. Es decir, hay cristales
periódicos pero también aperiódicos, o cuasiperiódicos. Mientras que, según las
antiguas demostraciones matemáticas, los cristales solo podían seguir simetrías
rotacionales de 2, 3, 4 y 6 pliegues, los cuasicristales pueden seguir de 5.
“Ni existe acción a distancia
en el entrelazamiento cuántico ni existe en la gravedad”
La
acción a distancia no es una teoría que describa correctamente la realidad,
sino que era un concepto prerrelativista para hablar de los campos de fuerza.
Ahora se sabe que gravedad no es una acción a distancia sino una consecuencia
del espacio-tiempo que se curva debido a la masa de los cuerpos pesados. A un
nivel escolar bajo, aceptaría explicar la gravedad como una fuerza a distancia,
solo para ilustrar cómo funciona y hacerlo más comprensible, más o menos como
una metáfora, aunque no sea “real”.En
el entrelazamiento cuántico tampoco cabe hablar de fuerzas a distancia, aunque
Einstein quisiera hablar de acciones fantasmales a distancia. Ni la
información ni la energía pueden viajar más rápido que la luz, por lo que,
cuando la función de onda de una partícula colapsa en un estado, la otra con la
que está entrelazada también lo hace, pero sin haber enviado ninguna
información, solo debido a su entrelazamiento: conocer de una a partir de la
otra no es una acción a distancia.
“Si los neandertales y los sapiens tuvieron descendencia eso
significa que son la misma especie”
La
definición de especie con la que contamos desde el colegio dice que dos
organismos forman parte de la misma especie si estos pueden reproducirse entre
sí y tener descendencia fértil. Por tanto, como respuesta rápida, si la
descendencia de neandertales y sapiens era fértil, sí que pertenecieron a la
misma especie. De hecho, siguiendo por esta línea, algunos expertos argumentan
que, debido a que estudios sugieren que sí tuvieron descendencia fértil, el
nombre científico de homo neanderthalensis debería ser cambiado a homo
sapiens neanderthalensis, y entenderse este como una subespecie del sapiens
(en cualquier caso, otros estudios descartan que haya habido este tipo de nexo
filogenético, argumentando que si compartimos genoma [o que se encontrase ADN
neandertal en fósiles sapiens] es debido a antepasados comunes). Por ahora, hay
teorías que sugieren tanto que los descendientes del cruce morían por
mutaciones, como que estos se unían a los grupos neandertales y acabaron
extinguiéndose con ellos.
Para
que el enunciado fuese defendible debería especificar que la descendencia fuese
fértil (según la definición canónica de especie); pero, en cualquier caso,
según sigamos unas teorías u otras, se podría argumentar positiva o
negativamente.
“Los
átomos, en realidad, no existen. Su existencia es solo un modelo útil”
Un
modelo científico consiste en una representación ideal (un dibujo, una maqueta,
una ecuación…) de un tema a partir de sus datos para poder estudiarlo
simplificadamente. Y cada modelo se basa en una teoría concreta: por ejemplo,
nuestro modelo de sistema solar se basa en la teoría heliocéntrica.
Si
acaso, se podría argumentar que el átomo era solo un modelo cuando Dalton en
1808 lo propuso como una minúscula esfera sólida, ya que servía para explicar y
compaginar distintas teorías (proporciones múltiples, definidas, conservación
de la masa, cinética de los gases…) pero, por decirlo de algún modo, no había
pruebas materiales, experimentos repetibles, sobre su existencia. Ahora, los
diferentes experimentos permitieron ir desechando distintas teorías y crear
nuevos modelos más acertados que irían satisfaciendo los nuevos resultados.
Una
prueba de que modelo y realidad pueden no coincidir exactamente (aunque la
existencia de átomos está más que demostrada), es la representación de los
orbitales en el modelo atómico de Schrödinger, que estudiamos en el colegio.
Aunque los dibujemos como zonas por las que los electrones se mueven, solo son
funciones matemáticas que indican un grado de probabilidad para encontrarlos,
pero este tipo de modelo nos sirve para visualizarlo. Pero esto no significa
que este tipo de orbitales no existan, experimentalmente hemos demostrado que
sí, solo que su modelo difiere ligeramente de la realidad (de una manera
consciente)
La proporción en el arte es una relación armónica entre
las partes de un conjunto; y, según el canon de la época, esta puede ser
proporcionada o desproporcionada. Podemos desplazarnos hasta el Antiguo Egipto para rastrear la historia de las proporciones en el arte, donde dividían en cuerpo humano en 18-21 cuadrados.
Luego, en Grecia, Policleto escribió el Canon,
conocido como el canon de las siete cabezas. Pero las proporciones no se
limitaban solo al cuerpo, por ejemplo, se cree que se usó el número Fi para erigir
el Panteón. En la Edad Media
triunfaron las formas geométricas simples y la simetría, dos ideas sobre las
que se diseñaban las imágenes. Ya no se buscaba representar la perfección
corporal sino la espiritual. El giro
humanista del Renacimiento es también perceptible en el Renacimiento, cuya toma
de los valores artísticos de la cultura grecolatina viene representado en el
Hombre de Vitruvio.
Durante toda la
historia, la humanidad ha tratado de encontrar cuales son las proporciones
perfectas para así poder representar la belleza. Pero, aunque cada etapa
histórica haya tratado de definirla, esta siempre acaba evolucionando; no es un
concepto estático. Aunque me haya centrado en la pintura como ejemplo, esto
ocurre en la arquitectura, en la música, en la poesía… en definitiva, hay algo
en las matemáticas que nos puede ayudar a entender la idea estética y
filosófica de belleza. Pero que una obra sea proporcionada no quiere decir que
sea bella, y viceversa. La siguiente imagen, las Meninas de Velázquez, dividida en secciones según la proporción áurea.
Marcuse (1977) decía que lo
oprimido de la sociedad es lo caracterizado como feo, que quien tiene poder es
quien define la belleza. Esta es la idea detrás de muchas corrientes artísticas
y vanguardias, que entienden el arre centrado en la belleza como elitista, o
que tratan de ver la belleza en objetos más cotidianos (el típico ejemplo, La
Fuente de Duchamp).
Pero, dándole una vuelta de
tuerca, puede incluso que hoy en día, en un mundo contaminado por los tubos de
escape de los coches y los edificios prefabricados de hormigón gris, el
llamamiento a la belleza (y con ella el arte por el arte) tenga algo de
revolucionario.
“Todas las reacciones químicas que
aumentan la entropía son espontáneas”
Aunque el enunciado sin
matizaciones es correcto, es comprensible en un primer momento de lectura
rápida responder que no lo es. ¿Por qué? Vayamos por partes.
Primero, qué es un proceso
espontáneo. Los procesos espontáneos no necesitan un aporte de energía una vez
que han comenzado, y entonces liberan energía hasta que llegan a un estado
estable de equilibrio (por ejemplo, la oxidación de los metales).
La entropía total en las
reacciones espontáneas siempre es positiva, por ejemplo, al evaporarse el agua
su grado de entropía aumenta. Pero puede ocurrir que la diferencia de entropía entre
dos sistemas no lo sea, por ejemplo con la condensación del vapor de agua la variación
de entropía es negativa.
El Segundo Principio de
la Termodinámica nos dice que en el universo (como sistema aislado) tiende a
aumentar la entropía, por lo que los procesos que tienden a aumentarla se ven
favorecidos. Ahora bien, la clave es lo de sistema aislado: si en un
sistema la entropía disminuye, en el entorno aumentará (la entropía es
estadística).
“Si no hay actividad volcánica en Marte
eso significa que no hay terremotos y viceversa”
Antes de analizar si la
oración es o no correcta, según los últimos estudios, en Marte hay tanto actividad
volcánica como terremotos.
Ahora, parece que la
clave es saber si puede haber terremotos sin actividad volcánica. Aunque la
actividad volcánica (erupciones, fumarolas, aguas termales…) pueda estar asociada
a terremotos, estos no son necesarios para que la primera se dé. Y lo mismo
pasa con los terremotos, se pueden relacionar con actividad volcánica, pero también
pueden provocarse debido a impactos de asteroides, fricción entre placas tectónicas
o incluso ser inducidos por los humanos. Entonces, pasándolo a negativo como es
el enunciado: que no haya actividad volcánica no significa que no haya
terremotos, ya que podría haber terremotos por otras causas.
Viceversa, “Si no hay
terremotos eso significa que no hay actividad volcánica en Marte”. La actividad
volcánica se da también sin terremotos, por lo que igualmente es falsa.
Es decir, la frase puede ser
entendida como:
·No hay actividad volcánica porque, al no
haber terremotos, esta no se produce (terremotos como causa).
·No hay terremotos porque, al no haber
actividad volcánica, estos no se producen.
Y ninguno de los dos casos es correcto.
“El consumo de suplementos de colágeno es
bueno para las articulaciones”
Esta afirmación puede ser
correcta, pero con varias matizaciones: qué colágeno y qué significa bueno. En cualquier
caso, como persona con problemas de articulaciones a la que en varias ocasiones
mis médicos me han recetado suplementos de colágeno, espero que efectivamente
sea bueno.
El colágeno es una proteína
presente en, entre otros, los huesos y tendones; por lo que muchos suplementos
de colágeno van enfocados a ayudar a esas partes del cuerpo. El colágeno nutracéutico
está hidrolizado y, según Wikipedia,
“Es utilizado como regenerador tisular ya que incrementa la síntesis de macromoléculas en
la matriz extracelular del cartílago”. Pero es importante saber que cuando digerimos
el colágeno y lo transformamos en aminoácidos, el cuerpo será quien decida qué
hacer con ellos: y tenemos muchas estructuras en las que el colágeno influye
(no solo uñas y tendones, sino vasos sanguíneos y amígdalas, entre otros,
también).
Ahora, sobre si es bueno;
es más fácil concluir que malo no es. O será bueno o será inútil, pero no malo.
Si nuestro cuerpo no necesita más colágeno, ingerirlo a modo de suplementos no
os servirá para nada.
Muchas personas hemos
oído la historia de que cuando una pareja de hombre y mujer tienen un bebé, la
mujer es la que le oirá llorar más habitualmente por la noche porque su oído está mejor
capacitado para percibir esos sonidos. Al margen de las capacitaciones biológicas
que la evolución nos ha dado para perpetuar la especie (o que vayamos perdiendo
capacidad auditiva con la edad), lo cual, en cualquier caso, a un nivel
profundo implica tanto a ambos sexos, es otra explicación cultural más para
tratar de justificar la ineptitud de algunos padres y no para resolverla. El
oído se puede educar, al margen también de los condicionamientos sociales (tanto
o más fuertes que el genotipo). Una de las diferencias clásicas entre el oír y
el escuchar se basa en la intencionalidad: cuando somos conscientes de que
queremos atender a algún sonido, lo escuchamos, y cuando aparece en nosotros
sin más, lo oímos. Por ejemplo, oímos cómo en nuestra cocina a alguien se le
cae un plato al suelo, pero escuchamos la conversación de dos personas sentadas
a nuestro lado en el autobús.
Quizás la diferencia
entre “oír” y “escuchar” se basa también en si el cerebro, tras llegar el
sonido hasta él, decide si debe prestarle atención o no. Aunque esta idea puede
complicarse con, por ejemplo, problemas del oído derivados de causas corporales
(contracturas cervicales, hipertensión…) o con la escucha de sonidos por causas
psiquiátricas o psicológicas (alucinaciones auditivas que van desde la esquizofrenia hasta haber estado trabajando
todo el día oyendo los mismos sonidos, que puede derivar en seguir oyéndolos
hasta que el cerebro descansa; o estar tranquilamente en casa y oír cómo algún familiar te llama,
cuando esto no ha ocurrido realmente). Es
curioso, pero personas que se han quedado sordas durante su vida, pueden
también tener este tipo de alucinaciones auditivas. De esta forma, podemos
escuchar sonidos (voces, ruidos, pitidos…) inexistentes en la exterioridad,
sino creados por nuestro propio yo.
Con la música, la
interpretación popular es parecida a la del primer caso: escucharla parece un
paso más allá que oírla. Cuando estamos
escuchando música, aunque desde un plano teórico o intelectual no sepamos de
ella, lo que oímos tiene la capacidad de alterar nuestras emociones. Incluso
nos apetece un estilo o una canción determinada para reforzar un sentimiento,
tanto alegre como, aunque sorprendentemente, triste. En cualquier caso, esto
solo es una pequeña pincelada de los amplios consecuencias de la escucha en las personas.