miércoles, 24 de marzo de 2021

Transhumanismo y ficción: un tira y afloja

 Aviso a navegantes: el siguiente artículo contiene spoilers

Las obras e historias sobre mejoramiento humano nos han acompañado durante toda nuestra existencia, siendo esta representada desde muy diversas perspectivas. Desde Dédalo e Ícaro añadiendo alas a sus cuerpos (pecando este último de hybris y consiguiendo su propia muerte), pasando por el monstruo de Frankenstein, donde la creación de un ser conlleva la muerte de otros y su enorme sufrimiento acababa en suicidio; hasta Un mundo feliz, donde la raza humana está completamente arrojada a las manos de la ingeniería genética.

Portada de la primera edición de Un Mundo Feliz.


Esta mejora de las capacidades humanas (psicológicas, corporales, emocionales…) por medio de la tecnología (biotecnología, robótica, inteligencia artificial…) se conoce como transhumanismo, y una enorme variedad de ideas distópicas sobre el futuro se le pueden asociar fácilmente. Chips de memoria que nos permitan recordar todo lo que queramos, vidas eternas (ya sea en nuestros propios cuerpos o descargando la conciencia en otros soportes) o el almacenaje de células madre para, en el caso de que suframos algún accidente mortal, recurrir a un clon.

Ahora bien, ¿es posible este desarrollo? Actualmente las prótesis, extensiones artificiales que suplen alguna parte ausente del cuerpo, no son raras de ver. Los implantes cocleares que permiten otorgar el sentido del oído a quien no lo tiene, tampoco. Los controles durante el embarazo para detectar posibles enfermedades graves en el feto también son ya la norma. Que los humanos usemos la tecnología para ayudarnos a vivir en este mundo es un continuum en nuestra historia, y este es uno de los grandes argumentos del transhumanismo para dar pie a este tipo de curas, de soluciones terapéuticas a diversas problemáticas médicas. Pero los casos del párrafo anterior no están curando sino mejorando considerablemente las capacidades humanas; y es esta mejora (y sus consecuencias) la que nutre a tanta literatura y tanta ciencia ficción en general.

Es muy difícil establecer una línea divisoria entre qué es una cura y qué es una mejora, más todavía cuando las concepciones de la sociedad sobre este tema van cambiando con el tiempo. Algunos ejemplos son claros: ¿Quién no iba a querer, por ejemplo, dar el don de la vista a una persona ciega de nacimiento? Otros ya no tanto. ¿Está justificada la elección de tener hijos varones si van a nacer en un lugar donde las mujeres sufren discriminación? ¿Por qué no tener una altura superior a la media, si es un rasgo inofensivo que se considera atractivo? En cualquier caso, en estos ejemplos concretos estaríamos hablando de transhumanismo, pero no hay que perder de vista a su concepto hermano: el poshumanismo, cuando la condición humana quede superada (cuando consigamos la inmortalidad o tomemos la forma de ciborgs, por ejemplo).

La magia del transhumanismo es que la ciencia y la ciencia ficción se entrelazan. Y aunque como base para dejar volar la imaginación esto es una gran oportunidad, cuando queremos hablar más seriamente las cosas se complican. Primero, hay que separar el grano de la paja. Muchas empresas o instituciones dedicadas a estos temas (apps de citas basadas en la genética como safeM8, empresas de criónica como CECRYON o ejércitos con un cuarto de voluntarios robots, como el británico) hacen grandes promesas para conseguir la atención, la financiación y el apoyo del público, aunque sus intenciones anden muy alejadas de la realidad material del momento. También, muchos transhumanistas venden sus planes como inevitables, como las consecuencias lógicas del presente; aunque no haya nada que los asegure. Y después, con los restos que nos han quedado tras el cribado, plantearnos si estas propuestas son deseables.  

Fotograma de la película I am mother donde vemos a una madre y su hija


Obras de ciencia ficción donde escogemos investigar sobre las propuestas tecnológicas correctas, controlamos todo el proceso y acabamos en un mundo utópico y feliz, hay realmente pocas. Siempre es más jugoso que un robot diseñado para ayudar a mejorar la humanidad decida exterminarla y empezar de cero (I am mother), que al traspasar nuestra conciencia a un soporte ajeno al propio nuestra personalidad cambie (Trascendence) o que las mejoras genéticas conlleven un enorme empeoramiento de la diferencia entre clases sociales (Gattaca). Esta cultura popular sobre el transhumanismo está, por tanto, claramente sesgada, pero también es esta la que nutre el imaginario colectivo. Separar entre ciencia y ciencia ficción es difícil, pero necesario si queremos que las distopías sigan permaneciendo en ese plano.

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