miércoles, 30 de diciembre de 2020

Cómo ayuda la historia de la ciencia a comprender qué es la ciencia

Por “Historia de la Ciencia” podemos entender todo el conjunto de los aspectos que forman y han formado parte de La Ciencia a lo largo de la historia (dejando por ahora de lado la pregunta epistemológica sobre qué es exactamente La Ciencia, ya que esto también delimitará desde dónde empezamos a contar): sus métodos, sus instituciones, sus valores, la concepción de científico, desde dónde se le ha financiado…

Lo que nos aporta el estudio histórico de las prácticas científicas consiste en una visión panorámica, no solo de ellas en concreto sino de su evolución, de sus nexos, de cómo se interrelacionan con la ciencia los aspectos económicos, políticos, culturales…, de las distintas regiones geográficas. En este sentido, cabe traer a colación los estudios CTS (ciencia, tecnología y sociedad), los cuales investigan, entre otros campos, cómo la ciencia es afectada por los contextos humanos concretos.

Algo curioso respecto a la Historia de la Ciencia es que, al igual que la ciencia (más concretamente, su método científico), se basa en, de forma extremadamente resumida, el estudio de casos para así poder elaborar predicciones futuras; revisando la ciencia desde la perspectiva histórica también podríamos llegar a hacer hipótesis de futuro (un ejemplo clásico es Mendeléyev dejando huecos en la tabla periódica para los elementos que todavía no habían sido descubiertos; aunque también podrían hacerse estudios enfocados más a lo social, con sus respectivas predicciones, como por ejemplo cómo repercute la saturación de información científica en la aceptación de la población de un tema en concreto, como ocurre por ejemplo con las vacunas).

El saber sobre historia de la ciencia también debería aportarnos una perspectiva más amplia, además de una dosis de humildad, con respecto a nuestras visiones actuales sobre la ciencia: ¿Qué nos lleva a considerar algo como verdad? ¿Qué se tuvo como normalizado hasta que dejó de serlo? ¿Qué juzgamos hoy en día sobre la ciencia en el pasado? Que una teoría se descubra como falsa no debe hacernos desconfiar del resto del edificio científico: es la evolución normal de la práctica. Siguiendo la misma idea, revisar ideas o prácticas científicas pasadas nos aporta más contexto para poder, no solo juzgarlas desde la contemporaneidad (como ejemplos, el doctor J. Marions Sims que experimentó con mujeres negras en su estudio de la ginecología o el caso Tuskegee), sino enfocar cómo queremos que sean las futuras. La historia de la ciencia consiste también en revisar los distintos tipos de racionalidad.

Por otro lado, la historia de la ciencia nos permite llevar un registro de todas las teorías que han sido desechadas: la teoría corpuscular de Newton, el flogisto o los neptunistas y vulcanistas, entre otros. Pero, además, nos ayuda a proteger los distintos saberes locales: podemos recoger y estudiar los conocimientos de civilizaciones o pueblos ya desaparecidos, no solo como un añadido a la ciencia sino también a la historia. Porque la historia de la ciencia, aunque aporte recorrido y experiencia a la ciencia, también está en inseparable conexión con la historia de la humanidad.


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Tercera cultura en Snow y Brockman

Histórica, cultural y psicológicamente tendemos a clasificar los objetos del mundo en dos bloques opuestos y no a hacer un continuo entre ellos: hombre, mujer; alto, bajo; grande o pequeño; y con los campos de estudio no iba a ser menos, ahí tenemos el par ciencias – letras. La Tercera Cultura, que ahora describiré con más profundidad, se propone como mediación entre ambas, como solución a su aparente inconexión.

 

 En 1959, C. P. Snow impartió la conferencia desde la cual se hizo famosa la idea de las dos culturas. En ella defendía que se estaba dando, no ya solo una peligrosa separación entre las ciencias y las letras, sino que entre ellas se miraban con sospecha y hostilidad. De una manera estereotipada, en el primer polo encontramos a los intelectuales literarios, quienes parece que se han apropiado del término “intelectual” (quizás porque los científicos no defendieron en su momento la importancia de su trabajo). Estos literatos defienden que la cultura tradicional es la que compone toda la cultura. En el otro extremo tenemos a los científicos, en cuya cúspide estarían los físicos (vaya, como Snow). 

El gran problema es que no hay diálogo entre ambos grupos: aunque los dos se dediquen, de una forma u otra, al conocimiento, no tienen nada en común. Y esto se agrava por la actitud de los jóvenes, quienes son conscientes de que centrando su carrera en las ciencias, en nuestra sociedad podrán ganar más dinero, lo que les lleva a despreciar la dedicación a la literatura. 

 La solución para Snow sería atacar esta situación desde una etapa temprana, modificando los planes de enseñanza para no especializarla tanto, aumentando su enfoque. El progreso tecnológico, tan necesario para solucionar la brecha económica entre países ricos-industrializados y los pobres, solo puede alcanzarse mediante la expansión científica a todo el mundo (los científicos son quienes buscan comprender y modificar la vida); para lo que sería necesario una relación dialéctica entre ambas culturas.

 Por supuesto, las críticas no tardaron en hacerse llegar. No solo por el optimismo tecnófilo que Snow desprendía, sino también porque daba la sensación de que los literatos no podían aportar nada al mundo para mejorarlo. Además, tomó como fenómeno global la situación concreta inglesa de especialización académica que él vivía.

Cuatro años más tarde, tras revisar sus primeras ideas y evaluar las críticas, Snow publicó la reevaluación de sus postulados en The Two Cultures: A Second Look. Allí se arrepiente de haber pensado que conocer el segundo principio de la termodinámica, como afirmaba en su primer escrito, podía decir algo trascendente del ser literato. En cualquier caso, él no negaba que había una tendencia a que tanto científicos como literatos se centrasen en su campo y tuvieran grandes lagunas respecto de los conocimientos básicos del otro.

Quizás lo más importante: Snow reconoció no haberse percatado de una tercera cultura intermedia que estaba surgiendo; un grupo de intelectuales literatos interesados en cuestiones científicas que podrían solucionar el problema de la falta de comunicación. Lo más probable es que esto terminase siendo un trabajo para los filósofos, aunque también era una forma de animar a la figura del científico preocupado por la divulgación.

 

El término “tercera cultura” volvió a aparecer en los años noventa gracias a John Brockman, editor especializado en divulgación científica. Aunque el concepto en sí hacía referencia a lo mismo, a la necesidad de acercamiento entre científicos e intelectuales literatos, Brockman es más partidario de modificar las prácticas de los científicos que de crear una nueva, tercera, cultura. Es decir, dentro de este grupo de científicos, la comunicación tendría un gran peso: el sentido de la vida, el replanteamiento profundo del mundo, debe ser transmitido. De hecho, Brockman piensa que este tercer tipo de científicos-intelectuales ya existe desde hace unas décadas.

Para Brockman, la clave de la tercera cultura es el desarrollo de las prácticas de comunicación entre ambos bandos; siendo, de hecho, responsabilidad de los científicos aprender cómo acercarse a la sociedad: hacer que la ciencia también se considere cultura (quizás porque considera que los intelectuales del mundo de las letras están demasiado alejados del mundo real).

 

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Conflicto entre ciencia y religión

Al preguntar a mis círculos sobre el conflicto entre ciencia y religión, sobre si podían acordarse de conflictos históricos que lo representasen, todos me han dado la misma respuesta: Galileo.

 Lo que ellos recordaban, más o menos, consistía en lo siguiente: Galileo Galilei era un científico (varias personas lo describieron como inventor) defensor del heliocentrismo. Esto provocó que la Iglesia, en concreto la Inquisición, le persiguiera y lo llevara a juicio. Hasta aquí había confluencia, luego las opiniones se dividían entre si le encarcelaron o le condenaron a muerte, pero la mítica frase eppur si muove era recordada por prácticamente todos mis entrevistados.

Galileo ante el Santo Oficio, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury


Antes de pasar a analizar qué entendían por ciencia y qué por religión, creo conveniente hacer una pequeña aclaración sobre esta historia. Lo primero de todo, no es seguro que Galileo dijera su famosa frase, o al menos que la dijera en ese momento concreto. Si ha quedado para la posteridad es (en parte) debido a lo que nos gusta que represente: que, aunque no se quiera aceptar la veracidad de algunos hechos o de algunas ideas, estas seguirán siendo verdaderas. Por otro lado, Galileo no se posicionaba en contra de “la religión”: el astrónomo era cristiano (como de hecho lo era Copérnico). Las ideas heliocéntricas no es que fueran en contra de lo aceptado por la Iglesia, es que iban en contra de más de mil años de cultura científica.

Después de este pequeño paréntesis, ¿qué se deduce que son la ciencia y la religión desde la anécdota sobre Galileo que mis contactos recordaban? Dos concepciones del mundo opuestas e inconexas. La religión no es aquí trascendencia, espiritualidad ni ética (cristiana); sino otra manera de interpretar la materialidad del mundo, como también lo es la ciencia. Ambas pues se interpretan como un conjunto de conocimientos y de creencias. La "religión", sin entrar a clarificar qué es exactamente, ya que es una cuestión muy compleja y llena de matices; es en realidad la Inquisición, institución que a día de hoy parece bastante cuestionable por otras instituciones religiosas contemporáneas.

Parece que, si queremos hablar de la relación histórica entre ciencia y religión, primero deberíamos ser capaces de restringir ambos conceptos, ya que, después de revisar este episodio de Galileo, lo que le llevó a ser condenado no fue La Religión, sino uno de sus apéndices; mientras que otros (la creencia en un ser superior, por ejemplo) sí que eran compartidos por nuestro astrónomo. 


domingo, 13 de diciembre de 2020

Etopía

 Etopía no es exactamente un museo: en la página web del ayuntamiento de Zaragoza (porque en la suya propia no hay ningún apartado con una definición sobre qué es el espacio) lo llaman Centro de Arte y Tecnología. Prueba de que no es exactamente un museo es que adentro encontramos, entre otras cosas, oficinas. Sus campos de acción, según esta misma página web, son las soluciones para la gestión inteligente de las ciudades, la creación de contenido en los nuevos soportes digitales, y la experimentación y formación práctica en tecnologías libres y de capacitación digital y creativa.

Fuente: Wikipedia

Actualmente Etopía tiene varias exposiciones en marcha, pero voy a usar la de Consolas. Democratizar la imagen digital 1972-2003 para hablar de cómo este centro utiliza la historia para divulgar ciencia. 

Fuente: estoyenetopia.es

En el espacio principal, el que se ve en la imagen inmediatamente superior, encontramos más de cien consolas distribuidas por distintas mesas, agrupadas por generaciones. Cada una de estas consolas tiene una pequeña descripción en la que, además de sus características tecnológicas, se cuenta cómo afectó a la sociedad, por qué triunfó o por qué fue un fracaso, en qué contexto socio-cultural se encotraban los distintos bloques del mundo cuando la consola vio la luz por primera vez... 

Además, no solo podemos ver las consolas, sino que en los distintos monitores repartidos por la habitación (cada uno con el aspecto físico acorde a los años de cada generación de consolas) podemos también ver gameplays de videojuegos míticos, despertando en nosotros, al volver a oír esos sonidos, cierta nostalgia. Que la exposición pueda no solo verse, sino tocarse (en teoría sí, pero debido al coronavirus no) y oírse, la vuelve más interesante; además del hecho obvio de que nos trae recuerdos que permiten contextualizar cada consola. 




Antes de sumergirnos en pasillos inundados de consolas viejas, la exposición también cuenta con unos paneles a modo de introducción y de contextualización, explicando cómo los videojuegos (con su consiguiente relación con la imagen digital) han llegado a donde están ahora desde sus orígenes militares y tecnológicos, para más adelante encontrar un punto fuerte en el campo artístico. La base de que esta exposición se llame "Democratización de la imagen digital" está aquí: solo los Estados y los ejércitos eran al principio, y más tarde las grandes corporaciones empresariales, los dueños de las posibilidades y prácticas de la imagen digital.




Y, como extra, encontramos una sección llamada Activismo. Transformando el mundo a partir del videojuego: una pequeña sala llena de pantallas con gameplays de videojuegos reivindicativos en algún aspecto; videojuegos diseñados con el objetivo de modificar las ideas político-sociales de los jugadores (de manera extremadamente transparente). Según estaba escrito en un panel, "construyendo el mundo del futuro desde cada monitor, teclado o joystik". 
The Cat in the Hijab


Esta evolución no se limitaba a hacer una exposición histórica, un enumeramiento de las consolas y su evolución, sino que daba información sobre sus contextos culturales; además de que deja abiertos interrogantes sobre los usos de esta tecnología para el futuro.




viernes, 11 de diciembre de 2020

Modelos de cultura científica

Echando un primer vistazo sobre la forma en la que se comprende y analiza la cultura científica, podemos encontrar sin mucho esfuerzo dos modelos de interpretación, cada uno con su propia forma de enfocar y estudiar la sociedad, y con sus propios conceptos.

 

El modelo histórico, tradicional, surgido en los años 80, es el del déficit cognitivo. Consiste en ir analizando la comprensión de la Ciencia y Tecnología de la población en general, para ver dónde se falla principalmente y así poder incidir más en esos campos; estos estudios se llamaron PUS, Public Attitudes and Understanding. De primeras, este enfoque supone que, a más conocimiento científico, la aprobación social de la ciencia será mayor: el público es el que va adaptándose a la CyT.

La cultura científica, la cual se concibe como una asimilación individual de hechos y conceptos científicos, es medible; y es de justamente este medir uno de los núcleos de este enfoque. Las encuestas, siendo J. Miller uno de sus estandartes, son el método para hacer esto: sirven para evaluar individualmente las personas y para posteriormente desarrollar medidas públicas según sus resultados. Se crearon hasta modelos estandarizados, como la Escala Oxford, tras haberse acordado ciertos elementos como los básicos y necesarios de la cultura científica básica para cada persona.

Al estudiar los mínimos deseables para controlar en el campo de la CyT se empezó a usar el concepto de “alfabetización científica”. Esta alfabetización consiste en transferir conocimientos al público (términos, conceptos, comprensión del proceso de investigación, repercusiones de la ciencia, método científico, etc.), para que abandone o no se sienta tentado en caer en supersticiones o creencias y para que sepa desenvolverse correctamente en nuestra sociedad tecnológica contemporánea.

 

Ahora bien, las críticas a este modelo no tardaron en llegar. No solo las encuestas no son suficientes para evaluar el conocimiento en CyT útil de la población, sino que no hay pruebas empíricas de que mayor manejo de los términos y conceptos implique una mayor aceptación. De hecho, un gran conocimiento científico puede deberse a una buena formación en opiniones contrarias a ciertos desarrollos científicos.

El modelo del déficit se nos muestra como demasiado simplista no solo en el tema encuestas, sino también al preguntarse cómo se produce esa alfabetización que busca la difusión de qué tipo de cultura científica. La mera acumulación de conocimientos ajenos a la vida (el tamaño de un átomo, por ejemplo) no es propiamente cultura científica, las encuestas no permiten descubrir si hay una comprensión de fondo más allá de los datos.

 El público es un ente pasivo que debe ser evaluado y corregido, ya que la información científica solo fluye en una dirección: desde los científicos hasta él. En cualquier caso, lo coherente sería que, si la información hace ese recorrido, los propios científicos se esfuercen en divulgar sus descubrimientos; pero esto no siempre ocurre. Y, puesto que se exige al público aprender sobre ciencia, a los encargados de difundirla también se les podrían exigir unos mínimos conocimientos sociales y políticos para conocer contextualmente sus descubrimientos.

 

El segundo gran modelo es el contextual (o CPC contextualista) o PUS crítica, el cual nació en la segunda mitad de los años ochenta. Desde sus inicios apareció distinguiéndose del modelo anterior, visibilizando las relaciones entre ciencia y sujeto, que nunca serán neutras ni estáticas.

 La primera diferencia con respecto al modelo tradicional es la forma de entender la relación entre la ciencia y el público, que se complejiza: ya no se cuantifica el nivel de conocimiento de la sociedad, sino que se estudian los nexos entre uno y otro campo, entendiendo además que tanto las ciencias como los públicos son diversos. Aquí se pone de relieve el concepto de “Ciencia y Sociedad” y el de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad: no son dos mundos separados, sino que hay un flujo bidireccional de interacciones e información, el público se involucra en la ciencia (por ejemplo, el rechazo popular a una práctica científica influirá en su realización).

La alfabetización científica es superada aquí por la noción de apropiación de la ciencia: las nociones más importantes del campo CyT favorecen la participación ciudadana, hay una relación entre conocimientos y vida diaria. Esto ha provocado que el “análisis de riesgos” sea otro concepto fundamental de este enfoque: muchas veces se tiende a pensar este modelo contextual como solo preocupado por la ciencia que afecta a la vida cotidiana y a las controversias que harían al público posicionarse.

 Este modelo puede evaluar la comprensión de la ciencia a través de la sociología del conocimiento científico, llamada por Wynne “perspectiva constructivista”: se estudian las situaciones de la vida diaria donde la ciencia tiene influencia directa para las personas. También merece ser nombrada la “epistemología cívica” de Jasanoff, para el cual el conocimiento colectivo no debe ser dividido entre el de expertos y el de no-expertos. Y, como respuesta, aparece el término “epistemología popular”, referente a cómo se acepta y consolida el conocimiento científico en las personas.

 

La crítica que se le podría hacer a este enfoque consiste en que, al participar el público lego en las cuestiones científicas, a este no se le exige unos conocimientos mínimos. Esta cuestión es recurrente en las problemáticas actuales sobre la democratización no solo de la ciencia sino de muchas esferas de nuestra sociedad. Esto provoca que, sumado a la falta de formación social y política que no se le exige a los científicos, sea difícil de aceptar que la sociedad sea partícipe de la producción de conocimiento científico. 


viernes, 4 de diciembre de 2020

Alfabetización científica

 

En general, cuando hablamos de alfabetización científica nos referimos a dotar a la ciudadanía de las herramientas necesarias para una comprensión básica de la ciencia (lo que, en teoría, conllevará a una mayor aceptación de esta).

Aunque este concepto de alfabetización lleve varios siglos operando, los motivos por los que se mueve no siempre han sido los mismos. Durante el siglo XIX uno de sus usos fue mantener el orden social, pero más adelante fue una práctica impulsada por científicos izquierdistas quienes entendían que, siendo la ciencia una parte fundamental de la sociedad, su comprensión era indispensable para el correcto funcionamiento de la participación ciudadana, y por tanto de la democracia.

Como la noción de “alfabetización científica” que utilizamos hoy en día es bastante amplia, surgen algunas dudas. ¿Para qué hace falta esta alfabetización? ¿Es responsabilidad de la ciudadanía el interesarse o son los científicos los que deben acercarse al resto? ¿El acercamiento de/a la ciencia promueve que se perciba como positiva, o es que primeramente se percibe positiva lo que facilita el acercamiento? ¿Qué se necesita para no ser un analfabeto científico?

Para no ser un ciudadano pasivo sino con ciertas destrezas y capacidades dentro de la sociedad, parece obvio que un cierto nivel de cultura científica es necesario. Ahora bien, ¿dónde se fija este nivel? Miller hablaba al respecto de alfabetización científica cívica para hacer referencia al nivel de conocimientos necesarios en ciencia y tecnología para para poder desenvolverse en la sociedad. Este “desenvolvimiento en la sociedad” consiste en entender los términos científicos que se usan en el día a día, las repercusiones de la ciencia en todos los aspectos de la vida, y por tanto en la eliminación de las supersticiones y creencias acientíficas. Es decir, aquí la alfabetización científica consiste en una especie de liberación de la persona, de una ayuda a su emancipación.

Otro dato que apunta Miller es que esta alfabetización científica debe ser constante. La ciencia avanza tan rápido que no tiene sentido indagar en ella pero solo hasta alcanzar solo un determinado nivel, ya que rápidamente nos quedaríamos desfasados.

De hecho, si la alfabetización científica conlleva la formación de una actitud positiva hacia la ciencia es porque este conocimiento nos puede ayudar hasta en la vida diaria. Y aunque la población asocie la ciencia a avances tecnológicos, a investigaciones y descubrimientos, a átomos, viajes espaciales y plutonio; esta idea de que la ciencia también forma parte de las personas aunque estas no trabajen en nada cercano a ella, es la que mejora su percepción social, su opinión pública (y una buena opinión pública influirá en la distribución de fondos públicos).

La forma de evaluar el nivel de alfabetización científica de la población es muy variable pero el “método del déficit” es uno de los más famosos. En él, de lo que se trata es de evaluar a la población según sus niveles de conocimiento científico para después estudiar cómo suplir sus déficits. ¿Por qué se tienen estos déficits? ¿Por una falta de confianza en la ciencia, lo que produce una especie de alejamiento de la gente de ella? Este método, cuyo esquema de primero estudiar dónde falla más la gente y después corregirlo es perfectamente aceptable, trae consigo ciertas consecuencias. Da a entender que La Ciencia no debe hacer más que ser un flujo de información desde el científico hacia el común de la ciudadanía, ajena en sus funciones a la ciencia; que la ciencia solo produce, incuestionable, un flujo de información que se transmite hacia el resto del mundo, quien debe recibirlo pasivamente.

Como debido a este modelo se entiende que si alguien tiene posturas alejadas a los descubrimientos científicos es por mera ignorancia, recibir más información le hará cambiar sus opiniones (por supuesto que muchas ideas o creencias se fundamentan en una falta de formación científica, pero esto no es el único motivo; sino que se juntan varios factores de carácter psicológico y sociológico, entre otros). En resumen, el modelo del déficit el problema de la analfabetización científica recae sobre el público.

¿Y que pasa con quienes se dedican a la ciencia? Aquí vendría la pregunta sobre si es su deber también hacer difusión de ella, acercarla a la gente, enseñar sus descubrimientos. Desde luego, aunque parece que cada vez se pone un mayor énfasis en esta clase de divulgación, históricamente no ha sido la norma.

Ahora bien, la otra pega que se le puede poner al método del déficit es que no necesariamente más conocimiento científico produce más consonancia entre el científico y el ciudadano, al menos no en todas las cuestiones. De hecho, últimamente se está viendo a personas ajenas a trabajos científicos muy formadas en posiciones contrarias a conceptos como la energía nuclear o los transgénicos. La sobreexposición a algún concepto puede también desembocar en su rechazo, como parece que está pasando. Por tanto, no siempre las actitudes negativas hacia la ciencia (aunque decir “la ciencia” es algo demasiado abstracto) consisten solo en la falta de base científica de la población, no se puede resumir en algo tan simple; hacen falta análisis más profundos sobre cuáles son los miedos de la población, sus expectativas y sus demonios.

martes, 1 de diciembre de 2020

Tres definiciones de Cultura Científica

1. “Cultura científica o tecnocientífica como conjunto de representaciones (creencias, conocimientos, teorías, modelos), de normas, reglas, valores y pautas de conducta que tienen los agentes de los sistemas técnicos, científicos y tecnocientíficos y que son indispensables para que funcione el sistema, por un lado, y los conjuntos de esos mismos elementos que son relevantes para la comprensión, la evaluación, y las posibilidades de aprovechamiento de la técnica, de la tecnología, de la ciencia y de la tecnociencia por parte de una sociedad, de un pueblo, de ciertos grupos sociales. Es decir, se trata del conjunto de elementos que conforman las actitudes sobre la ciencia y la tecnología”.

Olivé, León(2006). Los desafíos de la sociedad del conocimiento: cultura científico-tecnológica, diversidad cultural y exclusión [online]. Revista Científica de Información y Comunicación, 3.

Fuente: SciELO Uruguay

 

 

2.  “Se entiende la cultura científica como comprensión de la dinámica social de la ciencia, de manera que se tejen, en una interrelación entre productores de conocimientos científicos y otros grupos sociales, todos ellos como partícipes del devenir de la cultura, produciendo significados cuyos orígenes y justificaciones provienen desde distintas prácticas, intereses, códigos normativos y relaciones de poder, entendiéndose como un devenir continuo.”

 Vaccarezza: 2008:110.

Fuente: Razón y palabra.

 

 

3. “Se entiende por Cultura Científica al conjunto de conocimientos no especializados de las diversas ramas del saber científico que permiten desarrollar un juicio crítico sobre las mismas y que idealmente poseería cualquier persona educada”.

Fuente: Universidad de Cádiz