En general, cuando
hablamos de alfabetización científica nos referimos a dotar a la ciudadanía de
las herramientas necesarias para una comprensión básica de la ciencia (lo que,
en teoría, conllevará a una mayor aceptación de esta).
Aunque este concepto de alfabetización
lleve varios siglos operando, los motivos por los que se mueve no siempre han sido
los mismos. Durante el siglo XIX uno de sus usos fue mantener el orden social,
pero más adelante fue una práctica impulsada por científicos izquierdistas
quienes entendían que, siendo la ciencia una parte fundamental de la sociedad,
su comprensión era indispensable para el correcto funcionamiento de la participación ciudadana, y por tanto de la democracia.
Como la noción de “alfabetización
científica” que utilizamos hoy en día es bastante amplia, surgen algunas dudas.
¿Para qué hace falta esta alfabetización? ¿Es responsabilidad de la ciudadanía el
interesarse o son los científicos los que deben acercarse al resto? ¿El
acercamiento de/a la ciencia promueve que se perciba como positiva, o es que
primeramente se percibe positiva lo que facilita el acercamiento? ¿Qué se necesita
para no ser un analfabeto científico?
Para no ser un ciudadano
pasivo sino con ciertas destrezas y capacidades dentro de la sociedad, parece
obvio que un cierto nivel de cultura científica es necesario. Ahora bien,
¿dónde se fija este nivel? Miller hablaba al respecto de alfabetización
científica cívica para hacer referencia al nivel de conocimientos
necesarios en ciencia y tecnología para para poder desenvolverse en la sociedad.
Este “desenvolvimiento en la sociedad” consiste en entender los términos
científicos que se usan en el día a día, las repercusiones de la ciencia en todos
los aspectos de la vida, y por tanto en la eliminación de las supersticiones y
creencias acientíficas. Es decir, aquí la alfabetización científica
consiste en una especie de liberación de la persona, de una ayuda a su emancipación.
Otro dato que apunta
Miller es que esta alfabetización científica debe ser constante. La ciencia avanza
tan rápido que no tiene sentido indagar en ella pero solo hasta alcanzar solo
un determinado nivel, ya que rápidamente nos quedaríamos desfasados.
De hecho, si la
alfabetización científica conlleva la formación de una actitud positiva hacia
la ciencia es porque este conocimiento nos puede ayudar hasta en la vida diaria.
Y aunque la población asocie la ciencia a avances tecnológicos, a
investigaciones y descubrimientos, a átomos, viajes espaciales y plutonio; esta idea de que la ciencia también forma
parte de las personas aunque estas no trabajen en nada cercano a ella, es la
que mejora su percepción social, su opinión pública (y una buena opinión
pública influirá en la distribución de fondos públicos).
La forma de evaluar
el nivel de alfabetización científica de la población es muy variable pero el “método
del déficit” es uno de los más famosos. En él, de lo que se trata es de evaluar
a la población según sus niveles de conocimiento científico para después estudiar
cómo suplir sus déficits. ¿Por qué se tienen estos déficits? ¿Por una falta de
confianza en la ciencia, lo que produce una especie de alejamiento de la gente
de ella? Este método, cuyo esquema de primero estudiar dónde falla más la gente
y después corregirlo es perfectamente aceptable, trae consigo ciertas
consecuencias. Da a entender que La Ciencia no debe hacer más que ser un flujo
de información desde el científico hacia el común de la ciudadanía, ajena en
sus funciones a la ciencia; que la ciencia solo produce, incuestionable, un flujo
de información que se transmite hacia el resto del mundo, quien debe recibirlo
pasivamente.
Como debido a este modelo
se entiende que si alguien tiene posturas alejadas a los descubrimientos
científicos es por mera ignorancia, recibir más información le hará cambiar sus
opiniones (por supuesto que muchas ideas o creencias se fundamentan en una
falta de formación científica, pero esto no es el único motivo; sino que se
juntan varios factores de carácter psicológico y sociológico, entre otros). En
resumen, el modelo del déficit el problema de la analfabetización científica recae
sobre el público.
¿Y que pasa con quienes se
dedican a la ciencia? Aquí vendría la pregunta sobre si es su deber también
hacer difusión de ella, acercarla a la gente, enseñar sus descubrimientos. Desde
luego, aunque parece que cada vez se pone un mayor énfasis en esta clase de
divulgación, históricamente no ha sido la norma.
Ahora bien, la otra pega
que se le puede poner al método del déficit es que no necesariamente más
conocimiento científico produce más consonancia entre el científico y el
ciudadano, al menos no en todas las cuestiones. De hecho, últimamente se está viendo
a personas ajenas a trabajos científicos muy formadas en posiciones contrarias
a conceptos como la energía nuclear o los transgénicos. La sobreexposición a algún
concepto puede también desembocar en su rechazo, como parece que está pasando.
Por tanto, no siempre las actitudes negativas hacia la ciencia (aunque decir “la
ciencia” es algo demasiado abstracto) consisten solo en la falta de base
científica de la población, no se puede resumir en algo tan simple; hacen falta
análisis más profundos sobre cuáles son los miedos de la población, sus
expectativas y sus demonios.
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