miércoles, 16 de diciembre de 2020

Tercera cultura en Snow y Brockman

Histórica, cultural y psicológicamente tendemos a clasificar los objetos del mundo en dos bloques opuestos y no a hacer un continuo entre ellos: hombre, mujer; alto, bajo; grande o pequeño; y con los campos de estudio no iba a ser menos, ahí tenemos el par ciencias – letras. La Tercera Cultura, que ahora describiré con más profundidad, se propone como mediación entre ambas, como solución a su aparente inconexión.

 

 En 1959, C. P. Snow impartió la conferencia desde la cual se hizo famosa la idea de las dos culturas. En ella defendía que se estaba dando, no ya solo una peligrosa separación entre las ciencias y las letras, sino que entre ellas se miraban con sospecha y hostilidad. De una manera estereotipada, en el primer polo encontramos a los intelectuales literarios, quienes parece que se han apropiado del término “intelectual” (quizás porque los científicos no defendieron en su momento la importancia de su trabajo). Estos literatos defienden que la cultura tradicional es la que compone toda la cultura. En el otro extremo tenemos a los científicos, en cuya cúspide estarían los físicos (vaya, como Snow). 

El gran problema es que no hay diálogo entre ambos grupos: aunque los dos se dediquen, de una forma u otra, al conocimiento, no tienen nada en común. Y esto se agrava por la actitud de los jóvenes, quienes son conscientes de que centrando su carrera en las ciencias, en nuestra sociedad podrán ganar más dinero, lo que les lleva a despreciar la dedicación a la literatura. 

 La solución para Snow sería atacar esta situación desde una etapa temprana, modificando los planes de enseñanza para no especializarla tanto, aumentando su enfoque. El progreso tecnológico, tan necesario para solucionar la brecha económica entre países ricos-industrializados y los pobres, solo puede alcanzarse mediante la expansión científica a todo el mundo (los científicos son quienes buscan comprender y modificar la vida); para lo que sería necesario una relación dialéctica entre ambas culturas.

 Por supuesto, las críticas no tardaron en hacerse llegar. No solo por el optimismo tecnófilo que Snow desprendía, sino también porque daba la sensación de que los literatos no podían aportar nada al mundo para mejorarlo. Además, tomó como fenómeno global la situación concreta inglesa de especialización académica que él vivía.

Cuatro años más tarde, tras revisar sus primeras ideas y evaluar las críticas, Snow publicó la reevaluación de sus postulados en The Two Cultures: A Second Look. Allí se arrepiente de haber pensado que conocer el segundo principio de la termodinámica, como afirmaba en su primer escrito, podía decir algo trascendente del ser literato. En cualquier caso, él no negaba que había una tendencia a que tanto científicos como literatos se centrasen en su campo y tuvieran grandes lagunas respecto de los conocimientos básicos del otro.

Quizás lo más importante: Snow reconoció no haberse percatado de una tercera cultura intermedia que estaba surgiendo; un grupo de intelectuales literatos interesados en cuestiones científicas que podrían solucionar el problema de la falta de comunicación. Lo más probable es que esto terminase siendo un trabajo para los filósofos, aunque también era una forma de animar a la figura del científico preocupado por la divulgación.

 

El término “tercera cultura” volvió a aparecer en los años noventa gracias a John Brockman, editor especializado en divulgación científica. Aunque el concepto en sí hacía referencia a lo mismo, a la necesidad de acercamiento entre científicos e intelectuales literatos, Brockman es más partidario de modificar las prácticas de los científicos que de crear una nueva, tercera, cultura. Es decir, dentro de este grupo de científicos, la comunicación tendría un gran peso: el sentido de la vida, el replanteamiento profundo del mundo, debe ser transmitido. De hecho, Brockman piensa que este tercer tipo de científicos-intelectuales ya existe desde hace unas décadas.

Para Brockman, la clave de la tercera cultura es el desarrollo de las prácticas de comunicación entre ambos bandos; siendo, de hecho, responsabilidad de los científicos aprender cómo acercarse a la sociedad: hacer que la ciencia también se considere cultura (quizás porque considera que los intelectuales del mundo de las letras están demasiado alejados del mundo real).

 

 

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