viernes, 11 de diciembre de 2020

Modelos de cultura científica

Echando un primer vistazo sobre la forma en la que se comprende y analiza la cultura científica, podemos encontrar sin mucho esfuerzo dos modelos de interpretación, cada uno con su propia forma de enfocar y estudiar la sociedad, y con sus propios conceptos.

 

El modelo histórico, tradicional, surgido en los años 80, es el del déficit cognitivo. Consiste en ir analizando la comprensión de la Ciencia y Tecnología de la población en general, para ver dónde se falla principalmente y así poder incidir más en esos campos; estos estudios se llamaron PUS, Public Attitudes and Understanding. De primeras, este enfoque supone que, a más conocimiento científico, la aprobación social de la ciencia será mayor: el público es el que va adaptándose a la CyT.

La cultura científica, la cual se concibe como una asimilación individual de hechos y conceptos científicos, es medible; y es de justamente este medir uno de los núcleos de este enfoque. Las encuestas, siendo J. Miller uno de sus estandartes, son el método para hacer esto: sirven para evaluar individualmente las personas y para posteriormente desarrollar medidas públicas según sus resultados. Se crearon hasta modelos estandarizados, como la Escala Oxford, tras haberse acordado ciertos elementos como los básicos y necesarios de la cultura científica básica para cada persona.

Al estudiar los mínimos deseables para controlar en el campo de la CyT se empezó a usar el concepto de “alfabetización científica”. Esta alfabetización consiste en transferir conocimientos al público (términos, conceptos, comprensión del proceso de investigación, repercusiones de la ciencia, método científico, etc.), para que abandone o no se sienta tentado en caer en supersticiones o creencias y para que sepa desenvolverse correctamente en nuestra sociedad tecnológica contemporánea.

 

Ahora bien, las críticas a este modelo no tardaron en llegar. No solo las encuestas no son suficientes para evaluar el conocimiento en CyT útil de la población, sino que no hay pruebas empíricas de que mayor manejo de los términos y conceptos implique una mayor aceptación. De hecho, un gran conocimiento científico puede deberse a una buena formación en opiniones contrarias a ciertos desarrollos científicos.

El modelo del déficit se nos muestra como demasiado simplista no solo en el tema encuestas, sino también al preguntarse cómo se produce esa alfabetización que busca la difusión de qué tipo de cultura científica. La mera acumulación de conocimientos ajenos a la vida (el tamaño de un átomo, por ejemplo) no es propiamente cultura científica, las encuestas no permiten descubrir si hay una comprensión de fondo más allá de los datos.

 El público es un ente pasivo que debe ser evaluado y corregido, ya que la información científica solo fluye en una dirección: desde los científicos hasta él. En cualquier caso, lo coherente sería que, si la información hace ese recorrido, los propios científicos se esfuercen en divulgar sus descubrimientos; pero esto no siempre ocurre. Y, puesto que se exige al público aprender sobre ciencia, a los encargados de difundirla también se les podrían exigir unos mínimos conocimientos sociales y políticos para conocer contextualmente sus descubrimientos.

 

El segundo gran modelo es el contextual (o CPC contextualista) o PUS crítica, el cual nació en la segunda mitad de los años ochenta. Desde sus inicios apareció distinguiéndose del modelo anterior, visibilizando las relaciones entre ciencia y sujeto, que nunca serán neutras ni estáticas.

 La primera diferencia con respecto al modelo tradicional es la forma de entender la relación entre la ciencia y el público, que se complejiza: ya no se cuantifica el nivel de conocimiento de la sociedad, sino que se estudian los nexos entre uno y otro campo, entendiendo además que tanto las ciencias como los públicos son diversos. Aquí se pone de relieve el concepto de “Ciencia y Sociedad” y el de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad: no son dos mundos separados, sino que hay un flujo bidireccional de interacciones e información, el público se involucra en la ciencia (por ejemplo, el rechazo popular a una práctica científica influirá en su realización).

La alfabetización científica es superada aquí por la noción de apropiación de la ciencia: las nociones más importantes del campo CyT favorecen la participación ciudadana, hay una relación entre conocimientos y vida diaria. Esto ha provocado que el “análisis de riesgos” sea otro concepto fundamental de este enfoque: muchas veces se tiende a pensar este modelo contextual como solo preocupado por la ciencia que afecta a la vida cotidiana y a las controversias que harían al público posicionarse.

 Este modelo puede evaluar la comprensión de la ciencia a través de la sociología del conocimiento científico, llamada por Wynne “perspectiva constructivista”: se estudian las situaciones de la vida diaria donde la ciencia tiene influencia directa para las personas. También merece ser nombrada la “epistemología cívica” de Jasanoff, para el cual el conocimiento colectivo no debe ser dividido entre el de expertos y el de no-expertos. Y, como respuesta, aparece el término “epistemología popular”, referente a cómo se acepta y consolida el conocimiento científico en las personas.

 

La crítica que se le podría hacer a este enfoque consiste en que, al participar el público lego en las cuestiones científicas, a este no se le exige unos conocimientos mínimos. Esta cuestión es recurrente en las problemáticas actuales sobre la democratización no solo de la ciencia sino de muchas esferas de nuestra sociedad. Esto provoca que, sumado a la falta de formación social y política que no se le exige a los científicos, sea difícil de aceptar que la sociedad sea partícipe de la producción de conocimiento científico. 


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