Echando
un primer vistazo sobre la forma en la que se comprende y analiza la cultura
científica, podemos encontrar sin mucho esfuerzo dos modelos de interpretación,
cada uno con su propia forma de enfocar y estudiar la sociedad, y con sus
propios conceptos.
El modelo
histórico, tradicional, surgido en los años 80, es el del déficit cognitivo.
Consiste en ir analizando la comprensión de la Ciencia y Tecnología de la
población en general, para ver dónde se falla principalmente y así poder
incidir más en esos campos; estos estudios se llamaron PUS, Public
Attitudes and Understanding. De primeras, este enfoque supone que, a
más conocimiento científico, la aprobación social de la ciencia será mayor: el
público es el que va adaptándose a la CyT.
La cultura científica,
la cual se concibe como una asimilación individual de hechos y conceptos
científicos, es medible; y es de justamente este medir uno de los núcleos de
este enfoque. Las encuestas, siendo J. Miller uno de sus estandartes, son el
método para hacer esto: sirven para evaluar individualmente las personas y para
posteriormente desarrollar medidas públicas según sus resultados. Se crearon
hasta modelos estandarizados, como la Escala Oxford, tras haberse acordado
ciertos elementos como los básicos y necesarios de la cultura científica básica
para cada persona.
Al estudiar los mínimos
deseables para controlar en el campo de la CyT se empezó a usar el concepto de
“alfabetización científica”. Esta alfabetización consiste en transferir
conocimientos al público (términos, conceptos, comprensión del proceso de
investigación, repercusiones de la ciencia, método científico, etc.), para que
abandone o no se sienta tentado en caer en supersticiones o creencias y para
que sepa desenvolverse correctamente en nuestra sociedad tecnológica
contemporánea.
Ahora bien, las críticas
a este modelo no tardaron en llegar. No solo las encuestas no son suficientes
para evaluar el conocimiento en CyT útil de la población, sino que no hay
pruebas empíricas de que mayor manejo de los términos y conceptos implique una
mayor aceptación. De hecho, un gran conocimiento científico puede deberse a una
buena formación en opiniones contrarias a ciertos desarrollos científicos.
El modelo del déficit se
nos muestra como demasiado simplista no solo en el tema encuestas, sino también
al preguntarse cómo se produce esa alfabetización que busca la difusión de qué
tipo de cultura científica. La mera acumulación de conocimientos ajenos a la
vida (el tamaño de un átomo, por ejemplo) no es propiamente cultura científica,
las encuestas no permiten descubrir si hay una comprensión de fondo más allá de
los datos.
El público es un
ente pasivo que debe ser evaluado y corregido, ya que la información científica
solo fluye en una dirección: desde los científicos hasta él. En cualquier caso,
lo coherente sería que, si la información hace ese recorrido, los propios
científicos se esfuercen en divulgar sus descubrimientos; pero esto no siempre
ocurre. Y, puesto que se exige al público aprender sobre ciencia, a los encargados
de difundirla también se les podrían exigir unos mínimos conocimientos sociales
y políticos para conocer contextualmente sus descubrimientos.
El segundo gran modelo
es el contextual (o CPC contextualista) o PUS crítica, el cual nació en la
segunda mitad de los años ochenta. Desde sus inicios apareció distinguiéndose
del modelo anterior, visibilizando las relaciones entre ciencia y sujeto, que
nunca serán neutras ni estáticas.
La primera
diferencia con respecto al modelo tradicional es la forma de entender la
relación entre la ciencia y el público, que se complejiza: ya no se cuantifica
el nivel de conocimiento de la sociedad, sino que se estudian los nexos entre
uno y otro campo, entendiendo además que tanto las ciencias como los públicos
son diversos. Aquí se pone de relieve el concepto de “Ciencia y Sociedad” y el
de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad: no son dos mundos separados,
sino que hay un flujo bidireccional de interacciones e información, el público
se involucra en la ciencia (por ejemplo, el rechazo popular a una práctica
científica influirá en su realización).
La alfabetización
científica es superada aquí por la noción de apropiación de la ciencia: las
nociones más importantes del campo CyT favorecen la participación ciudadana,
hay una relación entre conocimientos y vida diaria. Esto ha provocado que el
“análisis de riesgos” sea otro concepto fundamental de este enfoque: muchas
veces se tiende a pensar este modelo contextual como solo preocupado por la
ciencia que afecta a la vida cotidiana y a las controversias que harían al
público posicionarse.
Este
modelo puede evaluar la comprensión de la ciencia a través de la sociología del
conocimiento científico, llamada por Wynne “perspectiva constructivista”: se
estudian las situaciones de la vida diaria donde la ciencia tiene influencia
directa para las personas. También merece ser nombrada la “epistemología
cívica” de Jasanoff, para el cual el conocimiento colectivo no debe ser
dividido entre el de expertos y el de no-expertos. Y, como respuesta, aparece
el término “epistemología popular”, referente a cómo se acepta y consolida el
conocimiento científico en las personas.
La crítica que se le
podría hacer a este enfoque consiste en que, al participar el público lego en
las cuestiones científicas, a este no se le exige unos conocimientos mínimos.
Esta cuestión es recurrente en las problemáticas actuales sobre la
democratización no solo de la ciencia sino de muchas esferas de nuestra
sociedad. Esto provoca que, sumado a la falta de formación social y política
que no se le exige a los científicos, sea difícil de aceptar que la sociedad
sea partícipe de la producción de conocimiento científico.
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