miércoles, 30 de diciembre de 2020

Cómo ayuda la historia de la ciencia a comprender qué es la ciencia

Por “Historia de la Ciencia” podemos entender todo el conjunto de los aspectos que forman y han formado parte de La Ciencia a lo largo de la historia (dejando por ahora de lado la pregunta epistemológica sobre qué es exactamente La Ciencia, ya que esto también delimitará desde dónde empezamos a contar): sus métodos, sus instituciones, sus valores, la concepción de científico, desde dónde se le ha financiado…

Lo que nos aporta el estudio histórico de las prácticas científicas consiste en una visión panorámica, no solo de ellas en concreto sino de su evolución, de sus nexos, de cómo se interrelacionan con la ciencia los aspectos económicos, políticos, culturales…, de las distintas regiones geográficas. En este sentido, cabe traer a colación los estudios CTS (ciencia, tecnología y sociedad), los cuales investigan, entre otros campos, cómo la ciencia es afectada por los contextos humanos concretos.

Algo curioso respecto a la Historia de la Ciencia es que, al igual que la ciencia (más concretamente, su método científico), se basa en, de forma extremadamente resumida, el estudio de casos para así poder elaborar predicciones futuras; revisando la ciencia desde la perspectiva histórica también podríamos llegar a hacer hipótesis de futuro (un ejemplo clásico es Mendeléyev dejando huecos en la tabla periódica para los elementos que todavía no habían sido descubiertos; aunque también podrían hacerse estudios enfocados más a lo social, con sus respectivas predicciones, como por ejemplo cómo repercute la saturación de información científica en la aceptación de la población de un tema en concreto, como ocurre por ejemplo con las vacunas).

El saber sobre historia de la ciencia también debería aportarnos una perspectiva más amplia, además de una dosis de humildad, con respecto a nuestras visiones actuales sobre la ciencia: ¿Qué nos lleva a considerar algo como verdad? ¿Qué se tuvo como normalizado hasta que dejó de serlo? ¿Qué juzgamos hoy en día sobre la ciencia en el pasado? Que una teoría se descubra como falsa no debe hacernos desconfiar del resto del edificio científico: es la evolución normal de la práctica. Siguiendo la misma idea, revisar ideas o prácticas científicas pasadas nos aporta más contexto para poder, no solo juzgarlas desde la contemporaneidad (como ejemplos, el doctor J. Marions Sims que experimentó con mujeres negras en su estudio de la ginecología o el caso Tuskegee), sino enfocar cómo queremos que sean las futuras. La historia de la ciencia consiste también en revisar los distintos tipos de racionalidad.

Por otro lado, la historia de la ciencia nos permite llevar un registro de todas las teorías que han sido desechadas: la teoría corpuscular de Newton, el flogisto o los neptunistas y vulcanistas, entre otros. Pero, además, nos ayuda a proteger los distintos saberes locales: podemos recoger y estudiar los conocimientos de civilizaciones o pueblos ya desaparecidos, no solo como un añadido a la ciencia sino también a la historia. Porque la historia de la ciencia, aunque aporte recorrido y experiencia a la ciencia, también está en inseparable conexión con la historia de la humanidad.


miércoles, 16 de diciembre de 2020

Tercera cultura en Snow y Brockman

Histórica, cultural y psicológicamente tendemos a clasificar los objetos del mundo en dos bloques opuestos y no a hacer un continuo entre ellos: hombre, mujer; alto, bajo; grande o pequeño; y con los campos de estudio no iba a ser menos, ahí tenemos el par ciencias – letras. La Tercera Cultura, que ahora describiré con más profundidad, se propone como mediación entre ambas, como solución a su aparente inconexión.

 

 En 1959, C. P. Snow impartió la conferencia desde la cual se hizo famosa la idea de las dos culturas. En ella defendía que se estaba dando, no ya solo una peligrosa separación entre las ciencias y las letras, sino que entre ellas se miraban con sospecha y hostilidad. De una manera estereotipada, en el primer polo encontramos a los intelectuales literarios, quienes parece que se han apropiado del término “intelectual” (quizás porque los científicos no defendieron en su momento la importancia de su trabajo). Estos literatos defienden que la cultura tradicional es la que compone toda la cultura. En el otro extremo tenemos a los científicos, en cuya cúspide estarían los físicos (vaya, como Snow). 

El gran problema es que no hay diálogo entre ambos grupos: aunque los dos se dediquen, de una forma u otra, al conocimiento, no tienen nada en común. Y esto se agrava por la actitud de los jóvenes, quienes son conscientes de que centrando su carrera en las ciencias, en nuestra sociedad podrán ganar más dinero, lo que les lleva a despreciar la dedicación a la literatura. 

 La solución para Snow sería atacar esta situación desde una etapa temprana, modificando los planes de enseñanza para no especializarla tanto, aumentando su enfoque. El progreso tecnológico, tan necesario para solucionar la brecha económica entre países ricos-industrializados y los pobres, solo puede alcanzarse mediante la expansión científica a todo el mundo (los científicos son quienes buscan comprender y modificar la vida); para lo que sería necesario una relación dialéctica entre ambas culturas.

 Por supuesto, las críticas no tardaron en hacerse llegar. No solo por el optimismo tecnófilo que Snow desprendía, sino también porque daba la sensación de que los literatos no podían aportar nada al mundo para mejorarlo. Además, tomó como fenómeno global la situación concreta inglesa de especialización académica que él vivía.

Cuatro años más tarde, tras revisar sus primeras ideas y evaluar las críticas, Snow publicó la reevaluación de sus postulados en The Two Cultures: A Second Look. Allí se arrepiente de haber pensado que conocer el segundo principio de la termodinámica, como afirmaba en su primer escrito, podía decir algo trascendente del ser literato. En cualquier caso, él no negaba que había una tendencia a que tanto científicos como literatos se centrasen en su campo y tuvieran grandes lagunas respecto de los conocimientos básicos del otro.

Quizás lo más importante: Snow reconoció no haberse percatado de una tercera cultura intermedia que estaba surgiendo; un grupo de intelectuales literatos interesados en cuestiones científicas que podrían solucionar el problema de la falta de comunicación. Lo más probable es que esto terminase siendo un trabajo para los filósofos, aunque también era una forma de animar a la figura del científico preocupado por la divulgación.

 

El término “tercera cultura” volvió a aparecer en los años noventa gracias a John Brockman, editor especializado en divulgación científica. Aunque el concepto en sí hacía referencia a lo mismo, a la necesidad de acercamiento entre científicos e intelectuales literatos, Brockman es más partidario de modificar las prácticas de los científicos que de crear una nueva, tercera, cultura. Es decir, dentro de este grupo de científicos, la comunicación tendría un gran peso: el sentido de la vida, el replanteamiento profundo del mundo, debe ser transmitido. De hecho, Brockman piensa que este tercer tipo de científicos-intelectuales ya existe desde hace unas décadas.

Para Brockman, la clave de la tercera cultura es el desarrollo de las prácticas de comunicación entre ambos bandos; siendo, de hecho, responsabilidad de los científicos aprender cómo acercarse a la sociedad: hacer que la ciencia también se considere cultura (quizás porque considera que los intelectuales del mundo de las letras están demasiado alejados del mundo real).

 

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Conflicto entre ciencia y religión

Al preguntar a mis círculos sobre el conflicto entre ciencia y religión, sobre si podían acordarse de conflictos históricos que lo representasen, todos me han dado la misma respuesta: Galileo.

 Lo que ellos recordaban, más o menos, consistía en lo siguiente: Galileo Galilei era un científico (varias personas lo describieron como inventor) defensor del heliocentrismo. Esto provocó que la Iglesia, en concreto la Inquisición, le persiguiera y lo llevara a juicio. Hasta aquí había confluencia, luego las opiniones se dividían entre si le encarcelaron o le condenaron a muerte, pero la mítica frase eppur si muove era recordada por prácticamente todos mis entrevistados.

Galileo ante el Santo Oficio, por Joseph-Nicolas Robert-Fleury


Antes de pasar a analizar qué entendían por ciencia y qué por religión, creo conveniente hacer una pequeña aclaración sobre esta historia. Lo primero de todo, no es seguro que Galileo dijera su famosa frase, o al menos que la dijera en ese momento concreto. Si ha quedado para la posteridad es (en parte) debido a lo que nos gusta que represente: que, aunque no se quiera aceptar la veracidad de algunos hechos o de algunas ideas, estas seguirán siendo verdaderas. Por otro lado, Galileo no se posicionaba en contra de “la religión”: el astrónomo era cristiano (como de hecho lo era Copérnico). Las ideas heliocéntricas no es que fueran en contra de lo aceptado por la Iglesia, es que iban en contra de más de mil años de cultura científica.

Después de este pequeño paréntesis, ¿qué se deduce que son la ciencia y la religión desde la anécdota sobre Galileo que mis contactos recordaban? Dos concepciones del mundo opuestas e inconexas. La religión no es aquí trascendencia, espiritualidad ni ética (cristiana); sino otra manera de interpretar la materialidad del mundo, como también lo es la ciencia. Ambas pues se interpretan como un conjunto de conocimientos y de creencias. La "religión", sin entrar a clarificar qué es exactamente, ya que es una cuestión muy compleja y llena de matices; es en realidad la Inquisición, institución que a día de hoy parece bastante cuestionable por otras instituciones religiosas contemporáneas.

Parece que, si queremos hablar de la relación histórica entre ciencia y religión, primero deberíamos ser capaces de restringir ambos conceptos, ya que, después de revisar este episodio de Galileo, lo que le llevó a ser condenado no fue La Religión, sino uno de sus apéndices; mientras que otros (la creencia en un ser superior, por ejemplo) sí que eran compartidos por nuestro astrónomo. 


domingo, 13 de diciembre de 2020

Etopía

 Etopía no es exactamente un museo: en la página web del ayuntamiento de Zaragoza (porque en la suya propia no hay ningún apartado con una definición sobre qué es el espacio) lo llaman Centro de Arte y Tecnología. Prueba de que no es exactamente un museo es que adentro encontramos, entre otras cosas, oficinas. Sus campos de acción, según esta misma página web, son las soluciones para la gestión inteligente de las ciudades, la creación de contenido en los nuevos soportes digitales, y la experimentación y formación práctica en tecnologías libres y de capacitación digital y creativa.

Fuente: Wikipedia

Actualmente Etopía tiene varias exposiciones en marcha, pero voy a usar la de Consolas. Democratizar la imagen digital 1972-2003 para hablar de cómo este centro utiliza la historia para divulgar ciencia. 

Fuente: estoyenetopia.es

En el espacio principal, el que se ve en la imagen inmediatamente superior, encontramos más de cien consolas distribuidas por distintas mesas, agrupadas por generaciones. Cada una de estas consolas tiene una pequeña descripción en la que, además de sus características tecnológicas, se cuenta cómo afectó a la sociedad, por qué triunfó o por qué fue un fracaso, en qué contexto socio-cultural se encotraban los distintos bloques del mundo cuando la consola vio la luz por primera vez... 

Además, no solo podemos ver las consolas, sino que en los distintos monitores repartidos por la habitación (cada uno con el aspecto físico acorde a los años de cada generación de consolas) podemos también ver gameplays de videojuegos míticos, despertando en nosotros, al volver a oír esos sonidos, cierta nostalgia. Que la exposición pueda no solo verse, sino tocarse (en teoría sí, pero debido al coronavirus no) y oírse, la vuelve más interesante; además del hecho obvio de que nos trae recuerdos que permiten contextualizar cada consola. 




Antes de sumergirnos en pasillos inundados de consolas viejas, la exposición también cuenta con unos paneles a modo de introducción y de contextualización, explicando cómo los videojuegos (con su consiguiente relación con la imagen digital) han llegado a donde están ahora desde sus orígenes militares y tecnológicos, para más adelante encontrar un punto fuerte en el campo artístico. La base de que esta exposición se llame "Democratización de la imagen digital" está aquí: solo los Estados y los ejércitos eran al principio, y más tarde las grandes corporaciones empresariales, los dueños de las posibilidades y prácticas de la imagen digital.




Y, como extra, encontramos una sección llamada Activismo. Transformando el mundo a partir del videojuego: una pequeña sala llena de pantallas con gameplays de videojuegos reivindicativos en algún aspecto; videojuegos diseñados con el objetivo de modificar las ideas político-sociales de los jugadores (de manera extremadamente transparente). Según estaba escrito en un panel, "construyendo el mundo del futuro desde cada monitor, teclado o joystik". 
The Cat in the Hijab


Esta evolución no se limitaba a hacer una exposición histórica, un enumeramiento de las consolas y su evolución, sino que daba información sobre sus contextos culturales; además de que deja abiertos interrogantes sobre los usos de esta tecnología para el futuro.




viernes, 11 de diciembre de 2020

Modelos de cultura científica

Echando un primer vistazo sobre la forma en la que se comprende y analiza la cultura científica, podemos encontrar sin mucho esfuerzo dos modelos de interpretación, cada uno con su propia forma de enfocar y estudiar la sociedad, y con sus propios conceptos.

 

El modelo histórico, tradicional, surgido en los años 80, es el del déficit cognitivo. Consiste en ir analizando la comprensión de la Ciencia y Tecnología de la población en general, para ver dónde se falla principalmente y así poder incidir más en esos campos; estos estudios se llamaron PUS, Public Attitudes and Understanding. De primeras, este enfoque supone que, a más conocimiento científico, la aprobación social de la ciencia será mayor: el público es el que va adaptándose a la CyT.

La cultura científica, la cual se concibe como una asimilación individual de hechos y conceptos científicos, es medible; y es de justamente este medir uno de los núcleos de este enfoque. Las encuestas, siendo J. Miller uno de sus estandartes, son el método para hacer esto: sirven para evaluar individualmente las personas y para posteriormente desarrollar medidas públicas según sus resultados. Se crearon hasta modelos estandarizados, como la Escala Oxford, tras haberse acordado ciertos elementos como los básicos y necesarios de la cultura científica básica para cada persona.

Al estudiar los mínimos deseables para controlar en el campo de la CyT se empezó a usar el concepto de “alfabetización científica”. Esta alfabetización consiste en transferir conocimientos al público (términos, conceptos, comprensión del proceso de investigación, repercusiones de la ciencia, método científico, etc.), para que abandone o no se sienta tentado en caer en supersticiones o creencias y para que sepa desenvolverse correctamente en nuestra sociedad tecnológica contemporánea.

 

Ahora bien, las críticas a este modelo no tardaron en llegar. No solo las encuestas no son suficientes para evaluar el conocimiento en CyT útil de la población, sino que no hay pruebas empíricas de que mayor manejo de los términos y conceptos implique una mayor aceptación. De hecho, un gran conocimiento científico puede deberse a una buena formación en opiniones contrarias a ciertos desarrollos científicos.

El modelo del déficit se nos muestra como demasiado simplista no solo en el tema encuestas, sino también al preguntarse cómo se produce esa alfabetización que busca la difusión de qué tipo de cultura científica. La mera acumulación de conocimientos ajenos a la vida (el tamaño de un átomo, por ejemplo) no es propiamente cultura científica, las encuestas no permiten descubrir si hay una comprensión de fondo más allá de los datos.

 El público es un ente pasivo que debe ser evaluado y corregido, ya que la información científica solo fluye en una dirección: desde los científicos hasta él. En cualquier caso, lo coherente sería que, si la información hace ese recorrido, los propios científicos se esfuercen en divulgar sus descubrimientos; pero esto no siempre ocurre. Y, puesto que se exige al público aprender sobre ciencia, a los encargados de difundirla también se les podrían exigir unos mínimos conocimientos sociales y políticos para conocer contextualmente sus descubrimientos.

 

El segundo gran modelo es el contextual (o CPC contextualista) o PUS crítica, el cual nació en la segunda mitad de los años ochenta. Desde sus inicios apareció distinguiéndose del modelo anterior, visibilizando las relaciones entre ciencia y sujeto, que nunca serán neutras ni estáticas.

 La primera diferencia con respecto al modelo tradicional es la forma de entender la relación entre la ciencia y el público, que se complejiza: ya no se cuantifica el nivel de conocimiento de la sociedad, sino que se estudian los nexos entre uno y otro campo, entendiendo además que tanto las ciencias como los públicos son diversos. Aquí se pone de relieve el concepto de “Ciencia y Sociedad” y el de los estudios de Ciencia, Tecnología y Sociedad: no son dos mundos separados, sino que hay un flujo bidireccional de interacciones e información, el público se involucra en la ciencia (por ejemplo, el rechazo popular a una práctica científica influirá en su realización).

La alfabetización científica es superada aquí por la noción de apropiación de la ciencia: las nociones más importantes del campo CyT favorecen la participación ciudadana, hay una relación entre conocimientos y vida diaria. Esto ha provocado que el “análisis de riesgos” sea otro concepto fundamental de este enfoque: muchas veces se tiende a pensar este modelo contextual como solo preocupado por la ciencia que afecta a la vida cotidiana y a las controversias que harían al público posicionarse.

 Este modelo puede evaluar la comprensión de la ciencia a través de la sociología del conocimiento científico, llamada por Wynne “perspectiva constructivista”: se estudian las situaciones de la vida diaria donde la ciencia tiene influencia directa para las personas. También merece ser nombrada la “epistemología cívica” de Jasanoff, para el cual el conocimiento colectivo no debe ser dividido entre el de expertos y el de no-expertos. Y, como respuesta, aparece el término “epistemología popular”, referente a cómo se acepta y consolida el conocimiento científico en las personas.

 

La crítica que se le podría hacer a este enfoque consiste en que, al participar el público lego en las cuestiones científicas, a este no se le exige unos conocimientos mínimos. Esta cuestión es recurrente en las problemáticas actuales sobre la democratización no solo de la ciencia sino de muchas esferas de nuestra sociedad. Esto provoca que, sumado a la falta de formación social y política que no se le exige a los científicos, sea difícil de aceptar que la sociedad sea partícipe de la producción de conocimiento científico. 


viernes, 4 de diciembre de 2020

Alfabetización científica

 

En general, cuando hablamos de alfabetización científica nos referimos a dotar a la ciudadanía de las herramientas necesarias para una comprensión básica de la ciencia (lo que, en teoría, conllevará a una mayor aceptación de esta).

Aunque este concepto de alfabetización lleve varios siglos operando, los motivos por los que se mueve no siempre han sido los mismos. Durante el siglo XIX uno de sus usos fue mantener el orden social, pero más adelante fue una práctica impulsada por científicos izquierdistas quienes entendían que, siendo la ciencia una parte fundamental de la sociedad, su comprensión era indispensable para el correcto funcionamiento de la participación ciudadana, y por tanto de la democracia.

Como la noción de “alfabetización científica” que utilizamos hoy en día es bastante amplia, surgen algunas dudas. ¿Para qué hace falta esta alfabetización? ¿Es responsabilidad de la ciudadanía el interesarse o son los científicos los que deben acercarse al resto? ¿El acercamiento de/a la ciencia promueve que se perciba como positiva, o es que primeramente se percibe positiva lo que facilita el acercamiento? ¿Qué se necesita para no ser un analfabeto científico?

Para no ser un ciudadano pasivo sino con ciertas destrezas y capacidades dentro de la sociedad, parece obvio que un cierto nivel de cultura científica es necesario. Ahora bien, ¿dónde se fija este nivel? Miller hablaba al respecto de alfabetización científica cívica para hacer referencia al nivel de conocimientos necesarios en ciencia y tecnología para para poder desenvolverse en la sociedad. Este “desenvolvimiento en la sociedad” consiste en entender los términos científicos que se usan en el día a día, las repercusiones de la ciencia en todos los aspectos de la vida, y por tanto en la eliminación de las supersticiones y creencias acientíficas. Es decir, aquí la alfabetización científica consiste en una especie de liberación de la persona, de una ayuda a su emancipación.

Otro dato que apunta Miller es que esta alfabetización científica debe ser constante. La ciencia avanza tan rápido que no tiene sentido indagar en ella pero solo hasta alcanzar solo un determinado nivel, ya que rápidamente nos quedaríamos desfasados.

De hecho, si la alfabetización científica conlleva la formación de una actitud positiva hacia la ciencia es porque este conocimiento nos puede ayudar hasta en la vida diaria. Y aunque la población asocie la ciencia a avances tecnológicos, a investigaciones y descubrimientos, a átomos, viajes espaciales y plutonio; esta idea de que la ciencia también forma parte de las personas aunque estas no trabajen en nada cercano a ella, es la que mejora su percepción social, su opinión pública (y una buena opinión pública influirá en la distribución de fondos públicos).

La forma de evaluar el nivel de alfabetización científica de la población es muy variable pero el “método del déficit” es uno de los más famosos. En él, de lo que se trata es de evaluar a la población según sus niveles de conocimiento científico para después estudiar cómo suplir sus déficits. ¿Por qué se tienen estos déficits? ¿Por una falta de confianza en la ciencia, lo que produce una especie de alejamiento de la gente de ella? Este método, cuyo esquema de primero estudiar dónde falla más la gente y después corregirlo es perfectamente aceptable, trae consigo ciertas consecuencias. Da a entender que La Ciencia no debe hacer más que ser un flujo de información desde el científico hacia el común de la ciudadanía, ajena en sus funciones a la ciencia; que la ciencia solo produce, incuestionable, un flujo de información que se transmite hacia el resto del mundo, quien debe recibirlo pasivamente.

Como debido a este modelo se entiende que si alguien tiene posturas alejadas a los descubrimientos científicos es por mera ignorancia, recibir más información le hará cambiar sus opiniones (por supuesto que muchas ideas o creencias se fundamentan en una falta de formación científica, pero esto no es el único motivo; sino que se juntan varios factores de carácter psicológico y sociológico, entre otros). En resumen, el modelo del déficit el problema de la analfabetización científica recae sobre el público.

¿Y que pasa con quienes se dedican a la ciencia? Aquí vendría la pregunta sobre si es su deber también hacer difusión de ella, acercarla a la gente, enseñar sus descubrimientos. Desde luego, aunque parece que cada vez se pone un mayor énfasis en esta clase de divulgación, históricamente no ha sido la norma.

Ahora bien, la otra pega que se le puede poner al método del déficit es que no necesariamente más conocimiento científico produce más consonancia entre el científico y el ciudadano, al menos no en todas las cuestiones. De hecho, últimamente se está viendo a personas ajenas a trabajos científicos muy formadas en posiciones contrarias a conceptos como la energía nuclear o los transgénicos. La sobreexposición a algún concepto puede también desembocar en su rechazo, como parece que está pasando. Por tanto, no siempre las actitudes negativas hacia la ciencia (aunque decir “la ciencia” es algo demasiado abstracto) consisten solo en la falta de base científica de la población, no se puede resumir en algo tan simple; hacen falta análisis más profundos sobre cuáles son los miedos de la población, sus expectativas y sus demonios.

martes, 1 de diciembre de 2020

Tres definiciones de Cultura Científica

1. “Cultura científica o tecnocientífica como conjunto de representaciones (creencias, conocimientos, teorías, modelos), de normas, reglas, valores y pautas de conducta que tienen los agentes de los sistemas técnicos, científicos y tecnocientíficos y que son indispensables para que funcione el sistema, por un lado, y los conjuntos de esos mismos elementos que son relevantes para la comprensión, la evaluación, y las posibilidades de aprovechamiento de la técnica, de la tecnología, de la ciencia y de la tecnociencia por parte de una sociedad, de un pueblo, de ciertos grupos sociales. Es decir, se trata del conjunto de elementos que conforman las actitudes sobre la ciencia y la tecnología”.

Olivé, León(2006). Los desafíos de la sociedad del conocimiento: cultura científico-tecnológica, diversidad cultural y exclusión [online]. Revista Científica de Información y Comunicación, 3.

Fuente: SciELO Uruguay

 

 

2.  “Se entiende la cultura científica como comprensión de la dinámica social de la ciencia, de manera que se tejen, en una interrelación entre productores de conocimientos científicos y otros grupos sociales, todos ellos como partícipes del devenir de la cultura, produciendo significados cuyos orígenes y justificaciones provienen desde distintas prácticas, intereses, códigos normativos y relaciones de poder, entendiéndose como un devenir continuo.”

 Vaccarezza: 2008:110.

Fuente: Razón y palabra.

 

 

3. “Se entiende por Cultura Científica al conjunto de conocimientos no especializados de las diversas ramas del saber científico que permiten desarrollar un juicio crítico sobre las mismas y que idealmente poseería cualquier persona educada”.

Fuente: Universidad de Cádiz


jueves, 26 de noviembre de 2020

¿Deberíamos hablar de historia de la ciencia o de las ciencias?

La aparente dicotomía entre emplear “Historia de la Ciencia” o “Historia de las Ciencias” no es, a mi entender, algo que solo se reduzca a si consideramos que todas las ciencias tienen algo en común que las une o no (con sus derivados problemas sobre acordar qué es una ciencia); y con esto no pretendo decir que esta cuestión sea fácil de resolver, sino que hay un trasfondo, o varios, que considero más interesante.

En el texto de J.L. Peset se nombran distintos autores con distintas perspectivas sobre la citada cuestión. Aquí, en vez de ir viendo el razonamiento de cada uno por separado, intentaré agrupar diferentes argumentaciones en estos dos grandes bloques: el de La Ciencia y el de las ciencias.

Ciencia es aquel tipo de conocimiento que conseguimos mediante el uso del método científico; que permite observar el objeto de estudio, formular hipótesis sobre y él y comprobarlas (aunque esta idea puede ser criticada dependiendo de desde qué punto en la historia empecemos a contar, ¿había método científico antes de la propia invención del “método científico”?. Como esto ya sería irnos por campos epistemológicos y de filosofía del lenguaje, prefiero obviarlo ahora mismo). En cualquier caso, esta ciencia asociada al método científico ya nos sugiere la posibilidad de hablar de La Ciencia, la cual abarcaría toda su producción.

Un eje básico de la Modernidad fue “la unificación de todas las ramas del conocimiento mediante la extensión de los métodos racionales de la ciencia y la tecnología”1. Si se buscó una unificación del conocimiento fue debido a que estos métodos racionales de la ciencia estaban desarrollándose y se promovían, y este desarrollo llevaba implícito ya la idea de progreso (progreso impulsado por esta idea de razón científica).

Durante el Renacimiento la ciencia era vista como una herramienta de ruptura con el pasado. Y aquí viene lo interesante: algunos pensadores tales como Diderot o Condorcet tenían la idea de que en ciertos campos de estudio ya se había descubierto todo lo relevante. Es decir, nos enfrentamos aquí a una ciencia teleológica y finita, delimitada a etapas históricas. El Fin de la Historia de Kojève reformulado.

Y un poco más adelante nos encontramos con Auguste Comte y su interesante e históricamente trascendente visión. Comte, fundador del positivismo, es un defensor de la idea de progreso, lo que se ve reflejado en su interpretación de la historia de la ciencia. Nuestro autor defiende que este tipo de historia (y la civilización en general) pasa por tres etapas: teológica (a su vez dividida en fetichismo, politeísmo y monoteísmo), metafísica y positiva. Y esta no es una mera clasificación cronológica sino que la evolución/progreso trae consigo connotaciones positivas (aunque los “errores” científicos como por ejemplo la astronomía no son insignificantes ni deben ser menospreciados, ya que su existencia nos aporta también muchos datos [quizás aquí se refleja por qué es también el fundador de la sociología, por su defensa de la ciencia sintética como aquella entendida en relación con su contexto]). Para él, la exposición aislada de la historia de cada campo científico es, aunque útil en ciertos casos, artificial; ya que todas ellas con sus idas y venidas son lo que configuran La Ciencia. Tannery apuntó que estas historias aisladas de las ciencias especializadas era lo que más encontrábamos al estudiar la Historia de la Ciencia, lo que entorpecía la imagen de la Ciencia como algo que ha acompañado a toda la historia de la humanidad.

Cuando la Historia de la Ciencia como disciplina académica fue creada de la mano de Sarton, esta era entendida, al estilo de Condorcet y Comte, como una acumulación de toda la experiencia anterior. Esta idea sigue desarrollándose hasta el siglo XX con pensadores como Popper, para quien la ciencia y su conocimiento es acumulativo, transmitiéndonos la idea de progreso.

Otra idea que comulga con esta línea es la de Berr, para quien la Historia de la Ciencia es indivisible; si acaso, valdría una distinción por épocas. La Historia de la Ciencia es un todo interrelacionado, no solo entre disciplinas sino entre acontecimientos sociales y económicos, entre otros.

Ahora bien, conforme nos vamos acercando a la contemporaneidad se aprecia un cambio sobre esta unidad en La Ciencia. Hermann Kopp, químico, ya criticaba la tendencia a tomar lo último como lo mejor, una impresión común producida por las historiografías cronológicas.

Y es que distintos contextos nos llevan a distintas perspectivas (al margen del ser en sí del objeto de estudio). Esto defendía René Tatón con su interpretación de la ciencia como algo múltiple en función de a quién vaya dirigida o por quién sea producida. Esto es bien ejemplificado por la Química: ciencia francesa para Raoul Jagnaux desde Lavoisier, pero los alemanes, deslumbrados por Parceslao y Stahl no compartieran esta idea.

Más cercanos a nosotros, Kuhn y Feyerabend comparten la idea de que no hay una progresión explícita en el conocimiento científico percibible a través de su estudio histórico, rompiendo con la idea de la unidad creada a través de una historial lineal y conjunta de La Ciencia (aunque cada uno con sus distintas perspectivas).

Ya en nuestro contexto posmoderno el sentir general es el de la disgregación de las ciencias (y de todo) en particulares, idea representada por Peter Galison: no es solo que el concepto de ciencia vaya cambiando sino que estas van entrelazándose y separándose. De hecho, el incesante desarrollo científico ha derivado inevitablemente en su especialización y aislamiento por parcelas. Actualmente esa división, aunque permite un mayor desarrollo centrado en cada disciplina, también hace cometer errores de falta de comunicación y enfrentamientos carentes de una perspectiva más amplia (podrían darse, por ejemplo, entre un economista y un geólogo al debatir sobre cierta construcción).


martes, 24 de noviembre de 2020

Explicación sobre "El significado de la casualidad genética"

El avance de las ciencias biomédicas va generando, conforme se desarrollan, nuevas problemáticas éticas, sociales y políticas. Textos como este de Sober sobre El significado de la casualidad genética, (el cual es, en mi opinión, bastante fácil de seguir) son necesarios si queremos que estos campos de estudio que tocan zonas sensibles de la moral humana sean comprendidos por la población, otorgando la posibilidad a esta de forjarse sus propias opiniones.

Probablemente sea utópica una sociedad donde toda la población esté tan suficientemente informada sobre temas de controversia pública como para tener su propia libre opinión, pero esto no invalida que se deba hacer el esfuerzo de divulgar la información necesaria para ello. En tiempos donde la política y la economía caminan de la mano, es necesaria una formación (bio)ética que permita la autodeterminación del individuo, entendiendo los desarrollos científicos también desde lo social.

Un interesante apunte desde el texto de Sober consiste en que la falta de información también nos hace divagar sobre problemáticas inexistentes; en la página 327 dice que el asesoramiento genético, la manipulación medioambiental genéticamente informada y la terapia de sustitución génica se centran casi exclusivamente en el trato de enfermedades. ¿Tenemos que abandonar el ahondar en los temas de la eugenesia y el transhumanismo, por ejemplo? No necesariamente, pero al menos sí hacer consciente el hecho de que todavía no es un problema real lo que podría derivarse de la intervención genética.

martes, 17 de noviembre de 2020

Disposición inicial sobre la ciencia

Hace años estudié que la ciencia era aquello que se producía tras seguir el método científico. Con esto quiero decir que, aunque piense en la ciencia como las investigaciones que permiten el desarrollo de la vacuna contra el coronavirus, lo que ha impulsado lanzar el cohete Ingenio, o lo que se preocupa en estudiar las consecuencias del cambio climático...; la ciencia es en sí más.

Y justo es esta idea, la de que la ciencia sea más, lo que me complica el analizar qué siento y pienso sobre ella. Se me hace difícil tomar la ciencia como algo abstracto, como una idea platónica; aunque si lo hiciese no tendría nada que objetarle ni a la ciencia como método ni a su producción de respuestas y más preguntas.

Ahora bien, al tomar la ciencia como un saber situado dentro de las sociedades, la cosa se complica, inevitablemente (no recuerdo los detalles, pero sé que se han ido sucediendo diversos enfoques sobre esto a lo largo de la historia).  No sé si es correcto o no decir que la ciencia puede corromperse, pero su método y sus resultados sí (o quizás lo correcto sería decir que en bastantes ocasiones se han intentado vender como científicas algunas investigaciones para gozar de la credibilidad que muchas veces automáticamente se otorga a la ciencia). El primer ejemplo que se me ocurre, quizás el más famoso, para ilustrar esto, es la llamada ciencia nazi por la que se justificaban los crímenes contra los no-arios.  

Otra cuestión relevante es la de que las ideas científicas van cambiando con el tiempo. Algunas tras duras e interesantes discusiones (electromagnetismo, relatividad…) y otras de repente (glándulas tubáricas, de las que justo oí hablar hoy en el telediario). Con esto no quiero decir que los resultados científicos de hasta entonces hayan sido falsos, ni tampoco que progresivamente nos vamos acercando a una verdad absoluta. Solo que la ciencia cambia con el tiempo, lo cual, además de esperable, también lo considero deseable.

Pero, para acabar, lo que más me hace desconfiar (que, sinceramente, no es que desconfíe en sí, sino más bien que considero que ciertos rasgos deben ser puntualizados, a nivel sociológico o filosófico; que no me gusta la confianza ciega en La Ciencia), es el problema de que (y a riesgo de que esto parezca una perogrullada) la ciencia para desarrollarse necesita dinero. No solo me refiero a que quizás no muchas empresas querrían invertir en investigaciones que fuesen a dar resultados contrarios a los que les benefician (ejemplo: los innumerables beneficios de beber un poquito de vino…), sino que la economía y la política también determinan qué campos se trabajan y cuales no.

viernes, 22 de mayo de 2020

Pequeña introducción a Google


 En enero de 1996, Larry Page y Sergey Brin, dos estudiantes de posgrado en Ciencias de la Computación en Stanford, desarrollan como proyecto un buscador de internet, al que llamaron BackRub. Un año después, le cambiaron el nombre a Google haciendo referencia al gúgol por el enorme número de páginas e información que ya había en internet. 

Aunque comúnmente por Google entendamos el buscador de texto, Google ahora es también la principal compañía subsidiaria de la empresa multinacional Alphabet Inc., dedicada a la biotecnología y domótica, entre otras. Desde que su motor de búsqueda se estrenó en septiembre de 1999 (con ochenta procesadores y dos routers HP), sus herramientas, páginas y aplicaciones no han parado de crecer. Tras superar como motor de búsqueda a AltaVista, en el 2000 Google estrenó AdWords, su sistema de publicidad y la Barra Google. En 2005 nació Google Maps y Google Earth, en 2006 Picasa, Google Docs, Google Calendar y Google Apps, además de que compró YouTube. Y esta lista parece casi interminable hasta el presente: Gmail, Google Sites, Chrome… 

La popularidad de Google (su motor de búsqueda es el sitio web que más se visita a nivel mundial) y su eficacia (cuenta con miles de servidores) hace que se pueda estudiar sociológicamente a las poblaciones a través de los términos que emplean en sus búsquedas, como sus tendencias económicas o sociales. Pero no todo es un camino de rosas, ya que se sabe que Google ha colaborado con la Red de Vigilancia Mundial: en 2013 se publicó en The Guardian y en The Washington Post cómo Google cedió información de sus usuarios al programa de vigilancia  PRISM, un programa la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense aprobado por G.W. Bush dedicado a recolectar desde 2007 información de la población a través de Apple, Microsoft o Facebook, entre otros. Google se defendió de las acusaciones alegando que “Google se preocupa mucho por la seguridad de los datos de sus usuarios. Proporcionamos información al Gobierno de acuerdo a la ley y revisamos toda petición cuidadosamente. De vez en cuando, algunas personas dicen que hemos creado una puerta trasera en nuestros sistemas, pero Google no tiene tal acceso para que el Gobierno tenga acceso a los datos privados de nuestros usuarios”.[1]

El algoritmo de Google por el que, tras escribir algo en el buscador, en milésimas de segundo, se seleccionan y se nos muestran una serie de resultados, va mejorándose y reforzándose con el paso del tiempo; y esto lo hace para defenderse de quienes intentan manipular los resultados de la búsqueda. Un ejemplo, cuando se buscaba “miserable failure” en Google, como resultado aparecía la página oficial de Bush de la Casa Blanca con su biografía. Para vengarse, sus defensores trataron de hacer lo mismo con Michael Moore. 

Este algoritmo es un poco complejo, pero es posible entenderlo aunque no seamos personas expertas en matemáticas. El primer paso se llama crawling o crawleo. Un crawler, también llado “araña web”, es un pequeño programa diseñado por Google que analiza, rastrea, se pasea por millones de páginas, en busca de la información que el usuario desea. Este crawler empieza desde unas determinadas páginas y, mediante sus enlaces, llega a otras. Es decir, la araña va tejiendo redes de unas páginas a otras. Los crawlers van evolucionando; por ejemplo, con Google Caffeine se empezó a tomar en cuenta la edad que tenían los sitios web (y su posible declive en cuanto a interés o mayor desactualización), y con Google Hummingbird se consiguió que el buscador pudiera responder preguntas y no solo interpretar cada palabra de forma separada. 

Después viene la indexación, la ordenación de lo que nuestra araña ha encontrado. No solo recolecta los sitios con exactamente lo escrito sino que, como es inteligente, entiende cuándo hemos cometido fallos ortográficos o tipográficos, o incluye tanto plurales como singulares, o sinónimos, por ejemplo.  Así es como se forman las SERPS, Search Engine Results Pages, que en castellano conocemos como las páginas de resultados. 

¿Pero cómo son estas ordenadas y clasificadas? El algoritmo PageRank es el que analiza qué páginas colocar entre los primeros resultados. Básicamente, asigna valores numéricos a cada sitio web en función de las referencias que haya a él o de los enlaces a él desde otras páginas (además de tener en cuenta las palabras introducidas para la búsqueda). 

En cualquier caso, las entrañas del logaritmo van cambiando frecuentemente para que no sea fácil para nadie posicionarse entre los primeros puestos sin habérselo ganado, además de que se mantienen en secreto para seguir manteniendo ventaja frente a otros motores de búsqueda.