jueves, 26 de noviembre de 2020

¿Deberíamos hablar de historia de la ciencia o de las ciencias?

La aparente dicotomía entre emplear “Historia de la Ciencia” o “Historia de las Ciencias” no es, a mi entender, algo que solo se reduzca a si consideramos que todas las ciencias tienen algo en común que las une o no (con sus derivados problemas sobre acordar qué es una ciencia); y con esto no pretendo decir que esta cuestión sea fácil de resolver, sino que hay un trasfondo, o varios, que considero más interesante.

En el texto de J.L. Peset se nombran distintos autores con distintas perspectivas sobre la citada cuestión. Aquí, en vez de ir viendo el razonamiento de cada uno por separado, intentaré agrupar diferentes argumentaciones en estos dos grandes bloques: el de La Ciencia y el de las ciencias.

Ciencia es aquel tipo de conocimiento que conseguimos mediante el uso del método científico; que permite observar el objeto de estudio, formular hipótesis sobre y él y comprobarlas (aunque esta idea puede ser criticada dependiendo de desde qué punto en la historia empecemos a contar, ¿había método científico antes de la propia invención del “método científico”?. Como esto ya sería irnos por campos epistemológicos y de filosofía del lenguaje, prefiero obviarlo ahora mismo). En cualquier caso, esta ciencia asociada al método científico ya nos sugiere la posibilidad de hablar de La Ciencia, la cual abarcaría toda su producción.

Un eje básico de la Modernidad fue “la unificación de todas las ramas del conocimiento mediante la extensión de los métodos racionales de la ciencia y la tecnología”1. Si se buscó una unificación del conocimiento fue debido a que estos métodos racionales de la ciencia estaban desarrollándose y se promovían, y este desarrollo llevaba implícito ya la idea de progreso (progreso impulsado por esta idea de razón científica).

Durante el Renacimiento la ciencia era vista como una herramienta de ruptura con el pasado. Y aquí viene lo interesante: algunos pensadores tales como Diderot o Condorcet tenían la idea de que en ciertos campos de estudio ya se había descubierto todo lo relevante. Es decir, nos enfrentamos aquí a una ciencia teleológica y finita, delimitada a etapas históricas. El Fin de la Historia de Kojève reformulado.

Y un poco más adelante nos encontramos con Auguste Comte y su interesante e históricamente trascendente visión. Comte, fundador del positivismo, es un defensor de la idea de progreso, lo que se ve reflejado en su interpretación de la historia de la ciencia. Nuestro autor defiende que este tipo de historia (y la civilización en general) pasa por tres etapas: teológica (a su vez dividida en fetichismo, politeísmo y monoteísmo), metafísica y positiva. Y esta no es una mera clasificación cronológica sino que la evolución/progreso trae consigo connotaciones positivas (aunque los “errores” científicos como por ejemplo la astronomía no son insignificantes ni deben ser menospreciados, ya que su existencia nos aporta también muchos datos [quizás aquí se refleja por qué es también el fundador de la sociología, por su defensa de la ciencia sintética como aquella entendida en relación con su contexto]). Para él, la exposición aislada de la historia de cada campo científico es, aunque útil en ciertos casos, artificial; ya que todas ellas con sus idas y venidas son lo que configuran La Ciencia. Tannery apuntó que estas historias aisladas de las ciencias especializadas era lo que más encontrábamos al estudiar la Historia de la Ciencia, lo que entorpecía la imagen de la Ciencia como algo que ha acompañado a toda la historia de la humanidad.

Cuando la Historia de la Ciencia como disciplina académica fue creada de la mano de Sarton, esta era entendida, al estilo de Condorcet y Comte, como una acumulación de toda la experiencia anterior. Esta idea sigue desarrollándose hasta el siglo XX con pensadores como Popper, para quien la ciencia y su conocimiento es acumulativo, transmitiéndonos la idea de progreso.

Otra idea que comulga con esta línea es la de Berr, para quien la Historia de la Ciencia es indivisible; si acaso, valdría una distinción por épocas. La Historia de la Ciencia es un todo interrelacionado, no solo entre disciplinas sino entre acontecimientos sociales y económicos, entre otros.

Ahora bien, conforme nos vamos acercando a la contemporaneidad se aprecia un cambio sobre esta unidad en La Ciencia. Hermann Kopp, químico, ya criticaba la tendencia a tomar lo último como lo mejor, una impresión común producida por las historiografías cronológicas.

Y es que distintos contextos nos llevan a distintas perspectivas (al margen del ser en sí del objeto de estudio). Esto defendía René Tatón con su interpretación de la ciencia como algo múltiple en función de a quién vaya dirigida o por quién sea producida. Esto es bien ejemplificado por la Química: ciencia francesa para Raoul Jagnaux desde Lavoisier, pero los alemanes, deslumbrados por Parceslao y Stahl no compartieran esta idea.

Más cercanos a nosotros, Kuhn y Feyerabend comparten la idea de que no hay una progresión explícita en el conocimiento científico percibible a través de su estudio histórico, rompiendo con la idea de la unidad creada a través de una historial lineal y conjunta de La Ciencia (aunque cada uno con sus distintas perspectivas).

Ya en nuestro contexto posmoderno el sentir general es el de la disgregación de las ciencias (y de todo) en particulares, idea representada por Peter Galison: no es solo que el concepto de ciencia vaya cambiando sino que estas van entrelazándose y separándose. De hecho, el incesante desarrollo científico ha derivado inevitablemente en su especialización y aislamiento por parcelas. Actualmente esa división, aunque permite un mayor desarrollo centrado en cada disciplina, también hace cometer errores de falta de comunicación y enfrentamientos carentes de una perspectiva más amplia (podrían darse, por ejemplo, entre un economista y un geólogo al debatir sobre cierta construcción).


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