Muchas personas hemos
oído la historia de que cuando una pareja de hombre y mujer tienen un bebé, la
mujer es la que le oirá llorar más habitualmente por la noche porque su oído está mejor
capacitado para percibir esos sonidos. Al margen de las capacitaciones biológicas
que la evolución nos ha dado para perpetuar la especie (o que vayamos perdiendo
capacidad auditiva con la edad), lo cual, en cualquier caso, a un nivel
profundo implica tanto a ambos sexos, es otra explicación cultural más para
tratar de justificar la ineptitud de algunos padres y no para resolverla. El
oído se puede educar, al margen también de los condicionamientos sociales (tanto
o más fuertes que el genotipo). Una de las diferencias clásicas entre el oír y
el escuchar se basa en la intencionalidad: cuando somos conscientes de que
queremos atender a algún sonido, lo escuchamos, y cuando aparece en nosotros
sin más, lo oímos. Por ejemplo, oímos cómo en nuestra cocina a alguien se le
cae un plato al suelo, pero escuchamos la conversación de dos personas sentadas
a nuestro lado en el autobús.
Quizás la diferencia
entre “oír” y “escuchar” se basa también en si el cerebro, tras llegar el
sonido hasta él, decide si debe prestarle atención o no. Aunque esta idea puede
complicarse con, por ejemplo, problemas del oído derivados de causas corporales
(contracturas cervicales, hipertensión…) o con la escucha de sonidos por causas
psiquiátricas o psicológicas (alucinaciones auditivas que van desde la esquizofrenia hasta haber estado trabajando
todo el día oyendo los mismos sonidos, que puede derivar en seguir oyéndolos
hasta que el cerebro descansa; o estar tranquilamente en casa y oír cómo algún familiar te llama,
cuando esto no ha ocurrido realmente). Es
curioso, pero personas que se han quedado sordas durante su vida, pueden
también tener este tipo de alucinaciones auditivas. De esta forma, podemos
escuchar sonidos (voces, ruidos, pitidos…) inexistentes en la exterioridad,
sino creados por nuestro propio yo.
Con la música, la
interpretación popular es parecida a la del primer caso: escucharla parece un
paso más allá que oírla. Cuando estamos
escuchando música, aunque desde un plano teórico o intelectual no sepamos de
ella, lo que oímos tiene la capacidad de alterar nuestras emociones. Incluso
nos apetece un estilo o una canción determinada para reforzar un sentimiento,
tanto alegre como, aunque sorprendentemente, triste. En cualquier caso, esto
solo es una pequeña pincelada de los amplios consecuencias de la escucha en las personas.
Hola Dakota. Bienvenida al módulo de Ciencia y Artes. Interesante tu primera entrada de esta asignatura en le blog. Curiosamente has abordado el contenido desde una perspectiva muy interesante que, hasta ahora, ningún compañero/a había tomado en cuenta: las alucinaciones auditivas.
ResponderEliminarDesde el punto de vista de la redacción, recuerda no hacer frases relativas demasiado extensas y no disponer entre paréntesis mucha información relevante, como has hecho en algunos de tus extensos párrafos. También se agradece en los trabajos de divulgación con texto corrido, ilustrar el comentario con alguna imagen ad hoc, para aligerar la lectura y hacerla más atractiva.
Ya tienes tu primer punto!
Margarita