Durante el siglo XVI, la
formación y consolidación del conocimiento a escala global no se debió
únicamente a los intercambios neutros entre culturas, o a sus puntos de
conexión. Las formas en las que los flujos de conocimiento recorrían el mundo
son claves para entender cómo ha sido el proceso de globalización, iniciado a
partir de los viajes protagonizados por castellanos y portugueses.
José Pardo Tomás, en su
conferencia “Centro y
corazón desta gran bola. Globalización y circulación desde México (1520-1620)”
explica cómo las relaciones comerciales y culturales de España y China
(mayoritariamente, aunque no eran las únicas) con México, hicieron a este país
volverse, como dice el título de su conferencia, el centro del mundo
globalizado. El conocimiento científico y el desarrollo tecnológico, cuyo fruto
fue un galeón que anualmente recorría la ruta Manila-Acapulco, fue lo que
permitió conectar alrededor de doscientos cincuenta años México, China y Japón;
transformando así la economía desde un nivel global.
Los puntos de contacto
entre América Latina y Europa contarán, como explicaré unos párrafos más
adelante, con una gran violencia y un poder que se ejercía desigualmente, pero
lo cierto es que la circulación del saber transpacífica entre Asia y América, como
apunta Ryan Crewe en Connecting the Indies: the Hispano-Asian Pacific World
in Early Modern Global History, tenía un poder deseuropeizador poco
estudiado (desde Mesoamérica hacia Europa solo permitíamos la entrada sin
alterar del arte o la cocina, por ejemplo, de saberes sin mucha capacidad de
alteración del orden; pero ciencia, política o filosofía era ya otra cuestión).
Crewe propone que el peso
que se le otorga a América Latina y a México en concreto en la historia global
sea mayor, ya que la circulación de saberes que se realizaba con Asia entre los
siglos XVI y XVII no se ha tenido tan en cuenta como se debería. Estos pueden
ayudar a deseuropeizar la narrativa histórica desde tres niveles. Primero,
económicamente; por ejemplo, con los flujos de plata hacia China que no pasaban
previamente por las arcas reales. Segundo, geopolíticamente, ya que México se
presentaba así como universalista mientras que Europa ignoraba estas
relaciones. Y tercero, culturalmente, ya que el conocimiento mesoaméricano no se
valía de una traducción europea para así llegar a Asia.
Como
ejemplos de la circulación de los saberes, José Pardo Tomás primeramente expone
más en detalle el caso de la medicina, cómo esta fue usada para convertir
masivamente los indígenas mesoamericanos al cristianismo. Curando enfermedades
mediante el sangrado y el bautismo se trabajaba en un doble plano: en los
cuerpos y en las almas. Si en este caso los saberes médicos galeno-europeos
viajaron hasta América Latina, con el campo de los sucedáneos ocurrió distinto.
Las plantas mesoamericanas (con sus usos médicos, entre otros) fueron tratadas
como sustitutas de las europeas. Es decir, como no se puede acceder a
medicinas europeas, se emplean las autóctonas, pero despojadas de sus contextos
culturales originarios. Por último, profundiza en las llamadas historias
naturales, las cuales podían ser instigadas por la corona, propias de las zonas
coloniales o debidas a las órdenes religiosas. El poder real quería que las
historias naturales no surgidas a raíz de la corona se limitasen, mientras que
a la vez nacían, en forma de textos o de dibujos, gracias a los cronistas
mestizos, historias con saberes sobre las plantas, el aire, la historia o la
naturaleza; a modo de resistencia.
Estos son algunos
ejemplos con los que Pardo Tomás y sus compañeros trataron de repensar la
geopolítica del siglo XVI a través de la cultura médica nuevohispana, la cual
se constituyó a través de complejos circuitos de circulación de los saberes y
no solo por influencias académicas o por flujos espontáneos u horizontales.
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