El greenwashing, el
pseudoecologismo está a la orden del día. A los ciudadanos se nos bombardea con
consejos para no gastar más energía, que
conlleva un aumento de la contaminación y del efecto invernadero: apagar las
luces si no estamos en una habitación, movernos en transporte público, usar
bolsas de la compra reutilizables o abandonar el consumo de carne.
Independientemente de que estas sean medidas útiles, la solución a las actuales
implicaciones del nivel de consumo energético mundial no depende de las actuaciones
individuales de la ciudadanía (llama la atención el surgimiento de la ecoansiedad
de la que ahora se habla desde la psicología).
Quizás una parte del
problema, tal como lo veo yo, es que el sistema capitalista donde estamos
inmersos nos ha convencido de que un mayor consumo (de cualquier cosa,
implicando también energía) conlleva una mejor calidad de vida. Y en parte esto
es cierto: después de que los estados del Norte contaminen y destruyan el
planeta durante tanto tiempo, ahora se trata de convencer al Sur empobrecido de
que no pretendan seguir nuestros pasos y renuncien a muchas ventajas. Al menos
nosotros deberíamos hacer una reevaluación de principios y prioridades. Justo
anoche leía en el libro Decrecimientos, de Carlos Taibo, que Ana Palacios,
ministra con Aznar, dijo durante la invasión de Irak que “Las bolsas han subido
y el petróleo ha bajado. Los ciudadanos ya pagan unos céntimos menos por la
gasolina y el petróleo. Eso son datos”.
La mayor parte de nuestra
energía la sacamos de combustibles fósiles porque únicamente teniendo en consideración
el precio durante el estado presente de las cosas nos renta más. La clase
trabajadora a la que le cuesta un esfuerzo pasarse a bombillas de bajo consumo o
los habitantes envejecidos que no quieren abandonar sus pueblos donde se planean
construir embalses no son los reaccionarios causantes de la lentitud de este tránsito
a las energías limpias.
Por ahora, la construcción
de las tecnologías necesarias para la producción de la energía verde pasa antes
por la minería, para extraer de la Tierra los minerales necesarios para su fabricación;
es decir, dependen de una fuente de energía no renovable y altamente
contaminante pero más barata. Al ser el tiempo de amortización de la inversión
de las energías renovables bastante largo, el interés en ellas queda obstaculizado
por los intereses económicos inmediatos.
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