jueves, 12 de diciembre de 2019

Evolución de la medida


Cuando nieva en la ciudad y no se aprecia del todo cuál es el recorrido oficial de una calle o de un camino sino que la acera, el césped y los adoquines se transforman en homogéneo blanco, los arquitectos estudian por qué nuevos caminos transcurre la gente, ya que estos suelen ser los recorridos más eficientes y más directos a sus puntos de destino. Es decir, el transeúnte deja atrás el recorrido estándar y lo personaliza para que este se adecue a sus necesidades.

Mi relación con las medidas de la fruta, la verdura o la carne ha seguido esquemas parecidos. De más pequeña, cuando mi madre escribía la lista de la compra y yo era la que iba sola al supermercado, ella me apuntaba los gramos de chuletas o de embutido; cuando yo ya estaba en la carnicería, esos gramos eran los que pedía, pero realmente no tenía una imagen mental de qué significaban ni de cuánto ocupaban.  Al empezar a vivir sola ya controlaba cuántos gramos de harina o cuántos mililitros de leche cabían en una taza, básicamente porque siempre he dedicado tiempo a la repostería.

Ahora bien. Cuando vivía con mi familia, la verdura la compraba toda en el supermercado. Metía las peras o los pimientos en una bolsita, los llevaba a la pesa, apretaba su tecla correspondiente y directamente se imprimía la etiqueta con el precio, en relación a los gramos. O sea, al mudarme y empezar a ir a una verdulería, seguía sin tener referencias sobre cuánto pesa una manzana, una cebolla, o la fruta o verdura que quisiera comprar. ¿Qué hice? Ni siquiera intenté aprenderlo sino que hice lo mismo que habría hecho al transitar por una ciudad nevada: atajé por mis propios caminos. 

Tantos gramos de cerezas se convirtieron en tantos puñados de cerezas, que era una unidad más manejable para mí. Mientras que mis referencias sobre los gramos siguen siendo los 200-250g de harina que pueden caber en un vaso; un puñado de cualquier cosa es más fácil de imaginar. Cuando las verduras o frutas son más grandes, como las cebollas o las manzanas, las pido directamente por unidades. A veces, cuando ni siquiera sé estimar los puñados que necesito, confío directamente en el criterio de la frutera, “dame como para dos personas, y para que sobre mejor a que falte”. Como dato curioso, mi pareja, que es mayor que yo, en la verdulería pide cuarto y mitad de champiñones. La primera vez que lo oí, pensé que sería un cuarto de kilo más medio kilo, pero resultó ser 250g más la mitad de un cuarto, 125g. El origen de esta medida no está del todo claro, pero parece que cada vez está más en desuso: comentándolo con mis padres, ellos entienden la expresión, pero mis amigas, de mi edad, no.

Después de esta reflexión, dos preguntas. ¿Cabría pensar que el uso que hacemos de las medidas y las referencias es generacional? ¿Que va evolucionando con el tiempo y la sociedad, y no es tanto la vagueza mental de no esforzarse en correlacionar los gramos de verduras con sus respectivos volúmenes?

1 comentario:

  1. Por supuesto que las medidas que usamos tienen un componente cultural enorme y, por tanto, están sujetas a variaciones generacioinales (así como geográficas).
    El tema elegido está muy bien para entender la necesidad de la medida cuantitativa. Para muchas cosas no es necesaria. PAra saber cuanta verdura quieres no, pero para que te la cobren de una forma justa y objetiva sí. Probablemente en este tema de la alimentación estemos en la frontera d ela necesidad de la medida cuantitativa precisa (y estandarizada).

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