Cuando nieva en la ciudad y no se
aprecia del todo cuál es el recorrido oficial
de una calle o de un camino sino que la acera, el césped y los adoquines se
transforman en homogéneo blanco, los arquitectos estudian por qué nuevos
caminos transcurre la gente, ya que estos suelen ser los recorridos más
eficientes y más directos a sus puntos de destino. Es decir, el transeúnte deja
atrás el recorrido estándar y lo personaliza para que este se adecue a sus
necesidades.
Mi relación con las medidas de la
fruta, la verdura o la carne ha seguido esquemas parecidos. De más pequeña,
cuando mi madre escribía la lista de la compra y yo era la que iba sola al
supermercado, ella me apuntaba los gramos de chuletas o de embutido; cuando yo ya
estaba en la carnicería, esos gramos eran los que pedía, pero realmente no
tenía una imagen mental de qué significaban ni de cuánto ocupaban. Al empezar a vivir sola ya controlaba cuántos gramos
de harina o cuántos mililitros de leche cabían en una taza, básicamente porque
siempre he dedicado tiempo a la repostería.
Ahora bien. Cuando vivía con mi
familia, la verdura la compraba toda en el supermercado. Metía las peras o los
pimientos en una bolsita, los llevaba a la pesa, apretaba su tecla
correspondiente y directamente se imprimía la etiqueta con el precio, en relación a los gramos. O sea, al
mudarme y empezar a ir a una verdulería, seguía sin tener referencias sobre
cuánto pesa una manzana, una cebolla, o la fruta o verdura que quisiera
comprar. ¿Qué hice? Ni siquiera intenté aprenderlo sino que hice lo mismo que
habría hecho al transitar por una ciudad nevada: atajé por mis propios caminos.
Tantos gramos de cerezas se
convirtieron en tantos puñados de
cerezas, que era una unidad más manejable para mí. Mientras que mis referencias
sobre los gramos siguen siendo los 200-250g de harina que pueden caber en un
vaso; un puñado de cualquier cosa es más fácil de imaginar. Cuando las verduras
o frutas son más grandes, como las cebollas o las manzanas, las pido directamente
por unidades. A veces, cuando ni siquiera sé estimar los puñados que necesito,
confío directamente en el criterio de la frutera, “dame como para dos personas,
y para que sobre mejor a que falte”. Como dato curioso, mi pareja, que es mayor
que yo, en la verdulería pide cuarto y
mitad de champiñones. La primera vez que lo oí, pensé que sería un cuarto
de kilo más medio kilo, pero resultó ser 250g más la mitad de un cuarto, 125g. El origen
de esta medida no está del todo claro, pero parece que cada vez está más en
desuso: comentándolo con mis padres, ellos entienden la expresión, pero mis
amigas, de mi edad, no.
Después de esta reflexión, dos
preguntas. ¿Cabría pensar que el uso que hacemos de las medidas y las
referencias es generacional? ¿Que va evolucionando con el tiempo y la sociedad,
y no es tanto la vagueza mental de no esforzarse en correlacionar los gramos de
verduras con sus respectivos volúmenes?
Por supuesto que las medidas que usamos tienen un componente cultural enorme y, por tanto, están sujetas a variaciones generacioinales (así como geográficas).
ResponderEliminarEl tema elegido está muy bien para entender la necesidad de la medida cuantitativa. Para muchas cosas no es necesaria. PAra saber cuanta verdura quieres no, pero para que te la cobren de una forma justa y objetiva sí. Probablemente en este tema de la alimentación estemos en la frontera d ela necesidad de la medida cuantitativa precisa (y estandarizada).