El
primero es de hace bastante tiempo: con diez años le puse nombre a una
estrella. No sé muy bien cómo lo conseguí, pero era alguna promoción que
organizaba un centro comercial de Zaragoza. Lo que sí recuerdo es lo contenta
que iba yo con la certificación del bautizo estelar. Aquí adjunto mi diploma.
Aunque
esto lo recuerdo con mucho cariño, realmente no sé la validez que esa certificación
tenía o tiene, y tampoco intenté nunca localizar la estrella. Ahora,
recordándolo, la he buscado con la app de móvil Sky Map. La estrella en sí no
he sabido encontrarla, pero sí la región del espacio por la que está. Entre
M104 y M68, y dentro de la constelación Corvus. Revisar esto casi dieciocho
años después me ha hecho descubrir tanto a esta constelación como qué son esas
M104 y M68: el nombre común de M104 es la Galaxia del sombrero, y el de M68 es
un cúmulo globular perteneciente a Hydra; ahora ya suenan más familiares.
Mi
otro momento espacial es más reciente, el 13 de febrero de 2019. Yo soy (casi,
por una asignatura) graduada en filosofía, y la rama de la ética es mi
debilidad, en concreto la bioética. ¿Cómo entablar una conversación en el caso
de contactar con otras formas de vida inteligentes? ¿En el caso de que
existieran seres de dos dimensiones, podrían comer? ¿Puede haber vida sin
basarse en el carbono? ¿Las inteligencias artificiales en qué se diferencian de
las naturales, si eliminamos el fetichismo del carbono? Las preguntas absurdas
de ciencia-ficción, aunque cada vez con más ciencia y con menos ficción, me
encantan.
Realmente,
no sé decir por qué seguí tanto al rover Opportunity. Pero cuando el año pasado
dijeron que, tras la tormenta de arena que le obligó a permanecer en
hibernación, la misión del Opportunity terminaba, yo sentí pena. De repente me
di cuenta de que hablaba de Oppy como si fuera una persona, siendo un robot.
Cuando vi el vídeo en el que, estando el rover Curiosity por las dunas marcianas, se cantaba a sí mismo
cumpleaños feliz, también dio muchísima pena; tanta que lloré. El rover Opportunity, el Spirity o hasta el Curiosity, cualquiera me sirve: un robot
pequeñito, caminando él solo por todo un planeta inhabitado durante años, ayudando a la investigación
científica de todo un planeta. Entonces me di cuenta de que mi sentimiento
estaba siendo compartido por muchísima gente por todo el globo, ¡de repente
empezaron a aparecer un montón de memes! ¡La gente sentía gratitud hacia un
robot! Un robot que ni era antropomórfico ni compartía la capacidad del
lenguaje, y aun así empatizábamos con él.
Oppy
nos dejó tras aproximadamente catorce años terrestres. Hablar de él y sentir
gracias a él me crea problemáticas morales que necesitarán ser estudiadas en el
futuro, pero aun así yo también formo parte de toda esa gente que recordará con
cariño, aun sin conocerle, a Oppy.
En este comic, aunque hable del Spirit, emociona igual. |
Y aquí yo con una camiseta rindiendo homenaje a Oppy; "Gone but never forgotten". |
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