viernes, 13 de marzo de 2020

Mi vida siendo protón


Cuando el universo se formó yo todavía no existía: las fuerzas, la materia y la energía se encontraban todas entremezcladas en un puntito minúsculo, y de esto hará unos 13 800 millones de años. Le llamaron Big Bang a cuando este punto explotó, desenrollando también el tiempo y el espacio. A partir de aquí, ya se puede decir que todo pasó muy rápido.

Hacía tanto calor que yo no hubiera sobrevivido ahí, pero, al estar ese universo primigenio expandiéndose, la temperatura comenzó a bajar. Así comenzaron a surgir, por orden, la fuerza de gravedad, la nuclear débil, la fuerte y la electromagnética. Conozco a todas, pero todas ellas son mucho más viejas que yo.

Tuvo que pasar una cienmilésima de segundo después de este Big Bang para que yo naciera. Antes estaban nadando como en una sopa los quarks, los electrones y los gluones, pero los quarks se juntaron en grupos de tres y así aparecí yo, entre muchísimos otros protones. Los neutrones, mis hermanos, nacieron también de la misma forma (aunque nos diferenciamos en los tipos de quarks que nos forman). A los dos nos llaman nucleones porque conformamos el núcleo de los átomos, aunque por aquel entonces yo no era el núcleo de nada.

Pasaron menos de dos minutos y los protones ya nos conocíamos entre todos. La mayoría nos volvimos núcleos de hidrógeno, mientras que alrededor de un 25% encontraron otro compañero protón al que unirse, formando los núcleos de helio. Después de veinte minutos ya solo estábamos a unos 2 700ºC, lo que permitió que protones y electrones empezásemos a conocernos (antes, protones y núcleos de helio sabíamos que los electrones existían pero no nos relacionábamos mucho), aunque tuvieron que pasar unos 380 000 años desde el Big Bang para poder conformarnos como átomos estables, uniéndonos protones y electrones.

Casi todos los átomos que existíamos por aquel entonces eran de hidrógeno, por lo que nos fuimos haciendo amigos entre nosotros, y así surgieron las primeras pandillas, unidas por la fuerza de la gravedad, decenas de millones de años tras el Big Bang. Pero, sorpresa: tendíamos a juntaros en las zonas más densas del universo, lo que provocó, al estar todos tan juntos, que la temperatura aumentase. Los electrones no aguantaron tanta presión y decidieron alejarse de nosotros, dejándonos solos. Y así nacieron, unos 200 millones de años desde que aquel puntito minúsculo explotó, las primeras estrellas.

A partir de aquí, mi vida se desarrolló de forma más o menos tranquila. Quizás ya os estaréis preguntando cómo he podido acabar siendo hierro en el núcleo de la Tierra si yo era hidrógeno viviendo en una estrella. No hay agujeros negros de Kerr suficientemente cerca de vuestro planeta para que el viaje entre universos sea una posibilidad ni habéis desarrollado aún una máquina del tiempo. La solución es más sencilla.

Mi estrella era muy grande, muy masiva; tan masiva que esto supuso un problema para ella misma. Es verdad que algunas estrellas se van apagando poco a poco, pero la mía colapsó y explotó. Quizás os suene Betelgeuse, a los terrícolas os gusta porque forma parte de vuestra constelación Orión, la cual ya habéis descubierto que se podrá ver su explosión desde vuestro planeta: sus protones correrán la misma suerte que yo.

Lo que hace que la estrella brille es que el hidrógeno se va quemando y fusionando en helio debido al calor y la presión que hay en su interior, generando energía. Cuando este se termina de quemar, hace tanto calor que se puede quemar el helio, lo que hace que se generen carbono y oxígeno, que también acaban siendo quemados, para volver a ocurrir lo mismo con el neón y el silicio.  Es decir: lo que se quema en la estrella genera unos elementos de residuo que hacen de combustible para la quema de otros. Y fue justo aquí cuando yo nací tal como me conocéis ahora. En la última parte de vida de mi estrella, y como ocurre en otras estrellas tan grandes, al quemarse el silicio se generó hierro, que ya no puede ser quemado (no produce suficiente energía para continuar con la quema). La estrella, con su corazón de hierro, pesaba demasiado para aguantarse a ella misma, la gravedad era más poderosa que el resto de fuerzas, así que explotó. Esta explosión se llama supernova, y tiene tanta energía que consiguió formar otros elementos más pesados que yo, como la plata o el oro.

La supernova me expulsó a mí y al resto de átomos que anteriormente formábamos parte de la estrella, formando nubes de gas y polvo. Pero no fue solo ella, sino que muchas otras contribuyeron a que este universo se diferenciase del primigenio en que estaba colmado de nuevos elementos. Además, la gravedad fue aglutinándolos, y después de alrededor de ocho o nueve mil millones de años tras el Big Bang (es decir, hace unos 5 000 millones de años de tu presente), una pequeña estrella nació en el Supercúmulo Local a partir de otra nube de hidrógeno.  Esa estrella es vuestro Sol. Yo por aquel entonces estaba flotando bastante cerca, entre el resto de materia que, girando a su alrededor, se fue uniendo para componer los planetas del sistema solar, incluida vuestra Tierra. Y aunque así aparecí yo aquí, también podría haber venido desde un asteroide, ya que durante cientos de millones de años estuvieron bombardeando la tierra, junto con el resto de escombros sobrantes de mi supernova y de otras.

Tú solo llevas aquí unos pocos años, y tu especie de Homo Sapiens unos 300 000, pero los protones vivimos al menos 1035 años. Prácticamente he visto al mundo nacer, la formación de todo lo que conoces; y probablemente también le vea cumplir su ciclo natural y morir. Debo de ser algo parecido a un dios.

1 comentario: