Alan
Turing, matemático y filósofo, se hizo conocido para el gran público cuando se
estrenó la película Enigma, que relató el esfuerzo por descifrar los códigos
nazis durante la Segunda Guerra Mundial y donde Turing trabajó. Además de eso Turing aportó muchísimo al campo
de la inteligencia artificial mediante lo que hoy conocemos como “Test de
Turing”. Tradicionalmente, los acercamientos hacia la pregunta de si pueden
pensar las máquinas se estancaban al no encontrar una definición satisfactoria
de la palabra “pensar”, pero Turing se saltó este paso y redirigió la pregunta
hacia si, en vez de pensar, pueden las máquinas hacer lo que nosotros hacemos
cuando pensamos.
¿En qué
consiste el Test de Turing?
Su
prueba se inspiró en un juego de imitación, donde una mujer y un hombre se
encontraban en juegos separados y, por medio de notas escritas en papeles, el
hombre debía intentar convencer a una tercera persona quien se encontraba en
otra habitación de que él era la mujer, y la mujer intenta que esta tercera persona
acierte respecto a quien es quien. La versión de Turing consistía en que, en
vez de un hombre y una mujer, hubiera un humano y una máquina. Si el número de
fallos al intentar adivinarlo era similar al del juego original, es decir,
durante cinco minutos que la máquina lograse engañar al interrogador un setenta
por ciento del tiempo, entonces la máquina habría pasado la prueba.
Hay
varias versiones sobre cómo debería realizarse, todas válidas aunque con
sutiles diferencias que evaluarán mejor distintos conceptos. La primera es el Juego
Original de la Imitación, donde el jugador A sería en realidad una máquina,
es decir, la máquina tendría que pretender ser una mujer para hacer al interrogador
equivocarse. La segunda es la Interpretación Estándar, y aquí el jugador
A sigue siendo una máquina pero el sexo del jugador B no importa. En este segundo
modelo, el interrogador lo que busca es adivinar cual de los dos es una máquina.
¿Para qué
se utiliza?
Turing
no dijo que la prueba pudiera usarse para evaluar la inteligencia de una
máquina, y así es. Si la máquina fuese muy inteligente, demasiado inteligente,
se detectaría rápidamente que no es un ser humano (de hecho, la rapidez en las
respuestas ha sido uno de los factores que hacen a las máquinas fallar cuando
realizan la prueba). Lo que la prueba mide es si la máquina puede parecer conversacionalmente
un humano. Y es que la característica de humanidad y la de inteligencia no
tiene por qué ir de la mano: muchos de los comportamientos que realizamos los
seres humanos no son inteligentes, Turing de hecho sugirió a los programas que
si las máquinas cometiesen errores de escritura podrían parecer más humanas; y
también algunos comportamientos inteligentes no son humanos, como podría ser realizar
cálculos mentales muy rápidamente.
Turing
no buscaba medir la inteligencia de las máquinas sino solucionar el problema
filosófico de definir el pensar. En cualquier caso, esta prueba también ha
tenido sus críticas, como la que hizo el filósofo John Searle. Searle propuso
el experimento mental llamado “La habitación china” para demostrar que el
pensamiento no es reducible a lo que hacen las máquinas para pasar el test de
Turing. Muy resumidamente, aun sin tener la materialidad de la mente pero
pudiendo aceptar que el conjunto de hardware pudiera hacer de esta, la máquina
no tiene una mente, una conciencia. Aun así, contra esta interpretación dualista
del clásico problema filosófico mente-cuerpo, también podríamos encontrar otras
respuestas monistas materialistas que podrían acercar entre sí a los conceptos
de “pensar” y de “máquina”.
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